Aunque el género es el de película documental, The smiling Lombana, el segundo largometraje de Daniela Abad, tiene mucho de suspenso y thriller policíaco y requirió de un intenso trabajo de convencimiento con los “testigos”, de entrevistas a abogados internacionales y de una profunda investigación con los medios de comunicación y hasta con las autoridades de los Estados Unidos.
¿Pero quién es Tito Lombana el hombre que captó de tal forma la atención de Daniela Abad para hacerlo protagonista de su segundo trabajo cinematográfico? Es el abuelo materno de Daniela Abad Lombana, la joven cineasta que en el 2015 ya nos había contado la historia de su abuelo paterno, en la cinta Carta a una sombra, inspirada en el libro El olvido que seremos, escrito por su padre Héctor Abad Faciolince.
Los dos personajes no pudieron ser más diferentes entre sí, mientras Héctor Abad Gómez, fue un pionero en el campo de la salud pública y un vehemente defensor de los derechos humanos, que fue asesinado a sangre fría por un sicario en las calles de Medellín en 1987, Tito Lombana fue un escultor autodidacta que alcanzó reconocimiento internacional, pero que prefirió la “cultura del atajo” para lograr sus objetivos económicos.
Así lo describe el productor Miguel Salazar: “Fue un artista que con tan solo 18 años ganó el Salón Nacional de Artistas, migró a España a estudiar arte y allí conoció a una italiana de la burguesía florentina quien le mostró el mármol de carrara, el amor por la buena vida, la estética y la belleza. Se casaron y tuvieron dos hijas con las que regresaron a Colombia, pero en lugar de seguir su ascendente carrera Tito se desvió del camino, generando una ruptura con su familia y unas heridas tan profundas y difíciles de sanar, pero más comunes de lo que se cree en muchas familias colombianas”.
Al observar las dos películas sobre sus abuelos, se podría decir que de alguna manera Héctor Abad, quien murió cuando ella solo tenía un año y Tito Lombana, a quien vio una sola vez a la edad de 11 años, son las dos caras de una misma moneda que bien podría representar a la sociedad colombiana.
“Tito y Héctor nunca se conocieron, me habría encantado asistir a ese encuentro. Me gusta venir de estos dos hombres: de un hombre de la palabra como era Héctor y de uno de la imagen como era Tito. La herencia de estos dos hombres me enseñó a no juzgar a quien tengo de frente”, sostiene Daniela Abad.
¿No le temió al “que dirán” al mostrar con tal honestidad a un ser humano con demasiados matices morales?
DANIELA ABAD. Más que valiente creo que soy honesta, me gusta decirle a la gente lo que pienso, bueno o malo, la honestidad en muchos casos me parece un acto generoso hacia el otro y hacia uno. Te da la posibilidad de revaluar lo que piensas y es la única manera de que los otros te muestren quienes son. Por eso me gusta contar mis secretos, pues solo así el otro me dirá los suyos y juntos entenderemos que al final no son tan importantes, que lo que importa es la discusión, el diálogo, la confrontación. Una buena conversación es de alguna manera una confesión, tiene que ser verdadera y en ese sentido, valiente. El cine es eso para mí, una buena conversación.
¿No es The smiling Lombana una bofetada a las decenas de familias que en lugar de reconocer un pasado familiar prefieren tratar de ocultarlo o desconocerlo?
DA.- De alguna manera sí. Contar lo que nos avergüenza creo que es bueno para todos. En este caso pensé que contando lo que le avergonzaba a mi familia, podría alivianar el peso de muchas familias más y generar un diálogo que considero fundamental. Más que juzgar a las personas que esconden sus “manchas”, quería que ellas también lograran contarlas y así poder tener una discusión que considero necesita Colombia desde hace muchos años.
En muchas esferas de la sociedad se engañan creyendo que han sido víctimas, pero no aceptan que han sido también victimarios. Todos somos culpables de que Colombia sea el país que es y por lo tanto tenemos también la responsabilidad de hacerlo un país mejor. No vamos a cambiar el mundo, pero sí podemos por lo menos mirarnos al espejo y dejar de culpar siempre al otro y ver qué de ese otro ser hay en mí.
¿Quién era para usted Tito Lombana antes de The smiling Lombana y quién es ahora en su vida?
DA.- Antes Tito Lombana era un ser absolutamente desconocido, un abuelo oculto, alguien del que mi familia se avergonzaba, que había producido mucho dolor y una fractura insanable. Después de la película sigo sin saber quien es Tito, es indescifrable, camaleónico, excéntrico, absolutamente seductor. Es un hombre con el que me hubiera gustado conversar durante horas, oír sus historias, saber su versión de las cosas, de lo que pasó en EE.UU, su versión de un país como Colombia.
¿Cuál cree que será el aporte de su película a un país en el que la corrupción, la ambición y el “todo se vale” se volvieron parte de la cotidianidad?
Mi esperanza es que la película genere un diálogo sobre todos estos temas de los que no hablamos. Que nos haga conscientes de que en nuestra sociedad está radicada cierta estética, de cómo todos terminamos, muchas veces sin incluso darnos cuenta, inmersos en ese mundo, en esas costumbres. Me interesa mostrar en la película que muchos de nuestros referentes estéticos por ejemplo, son referentes que vienen de la violencia, que las personas más violentas de nuestro país han generado además modas y que esas modas las conservamos todos, sin pensar en lo que significan.
La estética de la violencia es tal vez una de las reflexiones que más me interesa generar con la película, también porque Tito era escultor y un esteta absoluto y porque la estética es algo que se considera generalmente muy light, muy superficial, que pasa desapercibida, pero que en realidad está todo el tiempo hablando de nuestra ética. Hablar de la ética a través de la estética me parecía potente.