Cuentería en Bogotá: verdaderos “tejedores del tiempo” | El Nuevo Siglo
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Sábado, 30 de Marzo de 2019

HISTORIAS de todos los colores que conmueven y encantan son el día a día de aquellos que conciben la palabra hablada como el arte de viajar a otros mundos con cuentos de amor, terror, aventura o erotismo: los cuenteros. Un oficio dirigido a quienes tienen “una necesidad de decir y de ser escuchados”, dice uno de ellos.

Sentada alrededor de su numerosa familia escuchaba a su abuelo contar historias sobre la Patasola, de sus vivencias en la finca o de la guerrilla que amenazaba en la época de los 80 al pueblo de Ituango, Antioquia. Allí empezó su pasión por la narración oral. “Y  sin darme cuenta yo fui escuchando a los hombres de mi casa hablar cuando se sentaban después del rosario, que era sagrado, a conversar y a tomar tinto”, dice a EL NUEVO SIGLO Ana Dávila, directora del Colectivo Cuentos en Boca de Mujer.

Las anécdotas, las historias reales o los cuentos son los protagonistas dentro de los grupos de personas que se aglomeran en las calles, las plazas o los parques de Bogotá, donde las risas y el suspenso por el desenlace de las narraciones de uno o de dos personajes son el atractivo para quedarse horas.

Para Mauricio Linares, un cuentero de 50 años que ha escrito y narrado cuentos por más de tres décadas, “el cuentero es el cronista de la historia, del mundo, es el que lleva la palabra. Prácticamente es la memoria de las culturas. El contador de historias es el cronista del tiempo porque te habla del pasado, presente e inclusive del futuro. Somos historias que vamos creando y construyendo, las huellas que vamos dejando y vamos recordándole al mundo lo que en realidad somos como seres humanos. Es el tejedor del tiempo, de una gran colcha o un gran abrigo”.

 

La cuentería como movimiento

Aunque en Colombia la cuentería se ha hecho desde tiempos inmemorables, en los 80 es cuando se forja un movimiento de narradores, en medio de una época permeada por la violencia de los carteles. Pero este fue un motivo para que los dueños del arte de la palabra empezaran a surgir.

“Teníamos miedo, no salíamos a la calle, todo el país estaba en una convulsión y en un secuestro masivo por el terrorismo. Siento, creo y es una intuición mía que eso le dio un abono a la narración oral impresionante, la capacidad de hablar”, cuenta Ana Dávila.

Fue allí cuando en las universidades se empezaron a formar cuenteros con talleres para fortalecer las presentaciones y el oficio ya era parte de las calles del país. Los festivales no se hicieron esperar y a lo largo de los años se llegaron a celebrar cerca de 22 eventos dedicados a este arte de la narración oral.

Un lugar íntimo y cercano

Sin embargo, el movimiento de la narración oral en la actualidad ha perdido fuerza, ya que sus costumbres y los encuentros en sitios públicos como el popular Chorro de Quevedo, el Parque Nacional o la plaza de Lourdes, ya no son visibles como lo era en los 80 cuando estaban en furor, ¿qué pasó con los cuenteros en Bogotá?, ¿se acabaron o se dividieron?

Según Dávila la cuentería en Bogotá vive un fenómeno de asentamiento a causa del surgimiento del stand up comedy a finales de los 90, que es otra forma de oralidad que tiene y presenta un mensaje con otras reglas, de otras maneras y con otros públicos. 

Por el contrario, Mauricio Linares afirma que la cuentería no se ha acabado, “el movimiento de los cuenteros hoy en día sigue. Antes éramos como una especie de rocks stars de las artes escénicas que impactábamos. Pero no ha cambiado, lo que pasa por el momento es que ha madurado, es muy distinto. Ya dejó de tener pantalones cortos y ahora tiene pantalones largos”.  

“La comedia es muy show, y empezó a colonizar espacios que antes tenía la narración”, dice Ana, quien señala que grandes cuenteros como Diego Camargo, Gonzalo Valderrama o Rafael Gómez se convirtieron en humoristas, ya que necesitaban decir otro tipo de cosas y optar por sensaciones diferentes en el escenario que en la comedia encontraron.

Es por ello que ahora los cuentistas migraron a otros lugares más íntimos como colegios, teatros de sala, bibliotecas y universidades para llevar a cabo sus presentaciones. Sitios en los que el público se vuelve más cercano y los espectáculos más personales. “Nos hemos ido separando y asentando, los cuenteros tenemos espacios que nos pertenecen más”, cerró.

 

“Cuentos en Boca de Mujer”

Con una sonrisa en su rostro y un cigarrillo en su mano derecha, Ana recuerda que su amor por los cuentos y las artes escénicas nació desde muy pequeña cuando declamaba poemas frente a cientos de personas, llamando la atención de todos. “Siempre fui ególatra, siempre me gustó que me miraran, me fascina que me vean y creo que es una de las condiciones además para ser escénico en la vida”, dice. 

Con esa capacidad de captar la atención sobre los escenarios y con sus historias, Ana encontró un colectivo de mujeres cuenteras que gestiona los espacios para que tengan más oportunidad en el gremio, Cuentos en Boca de Mujer, un grupo fundado en el 2010 por tres profesoras Lesly Arveláez, Monica Sandoval y Carolina Marín.

“Hay una idea, que me molesta mucho, y es una idea de que las mujeres le tenemos mucho miedo a la escena, que somos menos fuertes en la escena, que somos como blanditas, no tan show, entonces no nos invitan a festivales, ni a las cosas. Así nace Cuentos en Boca de Mujer, como en una resistencia”, comentó Ana, quien es hoy directora del grupo de cuentistas y que hace parte de un oficio donde encontró “su propia voz”.