Convenio Filarmónica de Bogotá y Mambo: música 'in situ' | El Nuevo Siglo
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Domingo, 1 de Agosto de 2021
Emilio Sanmiguel

Qué buena la iniciativa de convertir los salones del Museo de Arte Moderno de Bogotá en escenario para la realización, el último domingo de cada mes, de conciertos de música contemporánea.

Por varias razones. Las más obvias, saltan a la vista de todo el mundo, que tanto el público, como los intérpretes y, desde luego los compositores, encuentren en el marco del museo un espacio idóneo para disfrutar de la música de “nuestro tiempo”, la que raramente se oye, al contrario de lo que ocurría en el pasado, cuando la música, por principio, era contemporánea. Menos obvia quizá, pero no menos importante, que la vida de un museo se enriquezca con la incursión del arte sonoro que se corresponde con las obras que dominan sus salones y cuelgan de sus paredes.

La directora del Mambo, la escultora Claudia Hakim, y el director de la Filarmónica, el violinista David García, de tiempo atrás venían dándole forma a esa iniciativa que, de un momento a otro, por cuenta de la pandemia pareció irse al traste.

Cultura vs pandemia

La Filarmónica, al momento de iniciarse la pandemia, se encontraba implementando planes de contingencia por el arranque de las obras de reparación al interior del Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional. Parece una historia de ciencia ficción, pero tras más de medio siglo de actividades, la Filarmónica -que de lejos es la más importante agrupación sinfónica del país y la única que de manera efectiva ha dedicado todas sus energías a la divulgación de la música sin criterios elitistas- no posee, como todas las agrupaciones similares a ella en Latinoamérica y en el mundo, una sede, un auditorio donde proyectar y desarrollar su trabajo. De momento andamos en manos de la alcaldesa Claudia.

La situación tampoco fue una panacea para el Mambo, que se vio abocado a cerrar sus puertas, pero, no a desentenderse ni de su misión ni de sus obligaciones. Entidades como el Mambo, un museo serio, dependen en buena parte de la caridad del Estado y organismos, como el Ministerio de Cultura, donde la danza de los millones se destina a alimentar una burocracia de miles de empleados en tanto se desentienden y desconocen la realidad de los verdaderos protagonistas de la vida cultural de Bogotá. Uno se pregunta: ¿qué es, o era, más importante, los burócratas del ministerio o el proyecto teatral de Alejandra Borrero enclavado en el corazón del Park Way? ¿Alguien leyó, al menos, un comunicado del Ministerio lamentando la desaparición de la Casa Ensamble? ¿Alguno de nuestros legisladores puso el grito en el cielo o se rasgó las vestiduras cuando eso ocurrió?

Son héroes, ellos sí, lo que dedican sus esfuerzos para que una entidad como el Mambo lleguen a fin de mes sin pasar aceite; los que no paran de imaginar escenarios, donde no los había, para llevarle la música contemporánea a los bogotanos; los que a pesar de todo no se desaniman con la triste realidad de que la Filarmónica no posea una sede y lleve décadas de visitante en el auditorio de una universidad.

Claudia Hakim hizo durante los peores días de la pandemia lo habido y por haber para que el Mambo se abriera en la virtualidad; David García llevó la Filarmónica a todos los espacios posibles, desde las Plaza de Bolívar hasta los últimos parques de Bogotá. Tienen la suerte de no pensar ni actuar como burócratas. Tienen convicción en lo que hacen. Por eso lograron darle forma a lo inimaginable: un espacio para la música contemporánea, en el marco de la fabulosa exposición de Carlos Rojas que inunda el Mambo por estos días.

¿Al fin y al cabo qué es “lo2 Moderno?

Ni en el caso de la plástica, ni en el musical, resulta tan sencillo determinar con precisión qué es la “modernidad”, o dónde ella comienza. Con la escultura parece ser que el nombre de Rodin algo facilita las cosas, pero habrá quien proteste porque se murió en 1917. Con la pintura seguramente ocurre lo propio, entre los salones impresionistas del París de fines del siglo XIX o la desintegración de la realidad a manos del malagueño Picasso, pero sus Demoiselles d’Avignon son diez años anteriores a la muerte de Rodin. Sin embargo ¿Quién se atrevería a pensar que los Burgueses de Calais o las Demoiselles picassianas no son modernas?

Lo mismo con la música. Para algunos lo moderno hunde sus raíces en el Preludio de Tristan und Isolde de Wagner que, válgame Dios, es de 1865, para otros en el griterío del público enardecido la noche de La consagración de la primavera de Stravinski de 1913. Hay quien asegura que lo moderno empieza en la Noche transfigurada de Schönberg, manifiesto abierto de la atonalidad que parece ser el requisito para que una música sea “moderna”.



Semejante discusión son más las puertas que abre que las que cierra. En todos los sentidos. Siendo laxos, son modernos los esclavos de Miguel Ángel de mediados del siglo XVI que brotan toscos de las rocas; también el libertinaje de las armonías de los madrigales de Carlos Gesualdo, apenas unas décadas posteriores a los esclavos.

Libertades que entendió muy bien Leonardo Federico Hoyos la mañana del pasado domingo en el que fue el segundo concierto producto del convenio de la Filarmónica con el Mambo. Porque sin el menor asomo de arbitrariedad, sino con mucha audacia, no tuvo temor para cerrar la actuación de la Orquesta Filarmónica juvenil de cámara de Bogotá ¡con un Concierto de Antonio Vivaldi!

Filarmónica juvenil de Cámara en el Mambo

No lo digo con ironía, sino con absoluta responsabilidad. Con la señora Claudia Franco, quien en su momento, no sé por qué razón, se desempeñaba como directora ejecutiva de la Sinfónica Nacional de Colombia, estaremos eternamente en deuda, porque decidió, en ejercicio de sus facultades administrativas, no musicales, despedir fulminantemente de su orquesta a Leonardo Federico Hoyos. Argumentó que no llenaba sus expectativas en materia de calidad interpretativa; algo que generó malestar en el medio musical, por tratarse de un ilustre egresado del Conservatorio Tchaikovski de Moscú. Pero estamos en eterna deuda porque así le entregó, como se comprobó en la mañana del pasado domingo en el Mambo, un señor director al país. Lo cual, desde luego no riñe con su condición de violinista.

Al frente de la Filarmónica juvenil de cámara, Hoyos dirigió un concierto de esos que no pueden, en manera alguna, pasar inadvertidos, ahora que, poco a poco se va reconstruyendo la vida musical y cultural en general.

Concierto que no puede pasar inadvertido, primero por la lógica con la cual se construyó el programa; en segundo lugar, igualmente importante, porque logró establecer una íntima relación con un público que supo responder y colmar el salón del museo donde este ocurrió.

Lo de la lógica tiene que ver con la acertada decisión de abrir con el Concierto para cuerdas del compositor, de origen armenio, Jeff Manookian (1953 – 2021), una obra de lenguaje contemporáneo, pero de atavismos neoclásicos, cuatro movimientos, ocasión perfecta para exhibir la versatilidad sonora de la orquesta y la vitalidad de Hoyos en el podio: sensualidad, virtuosismo, imaginación en la paleta de matices, incluso pasajes de auténtica violencia contrastados con otros de inquietante lirismo. Quedó en evidencia que se trata de una orquesta conformada por músicos de primera, con sentido del sonido orquestal y dotados de las individualidades que demanda el concerto de Manookian.

El complemento del programa oficial fue otra grata exhibición del mejor sinfonismo con un compositor nacional, Felipe Hoyos González (1991) en Opúsculo Caribeño que trajo al público la novedad de técnicas audaces, como la utilización de la percusión, bien en los instrumentos como si de cajas de resonancia se tratara, bien a partir de la utilización, por parte de ellos de la superficie de la sala: nada difícil suponer cuánto puede variar la música dependiendo de la superficie del eventual escenario donde se interprete. Otro triunfo.

Todo parece indicar que Hoyos confiaba en la recepción que el público tributaría a orquesta y director, porque la cuerda alcanzó para un movimiento del Concerto per ripieno op. 61 de Francisco Lequerica y para el mencionado Vivaldi, el Concerto a 4 RV 114, prueba absoluta de que la música es sólo una, que no ha corrido tanta agua bajo los puentes, desde los tiempos del Cura pelirrojo de Venecia, hasta las percusiones de raíces africanas de Lequerica o las seducciones del armenio Manookian.