LAS HISTORIAS y personajes de fantasía que ofrece la literatura de hoy son un antídoto para los más pequeños de la casa durante este tiempo de pandemia, en el que su rutina ha cambiado radicalmente, pero así mismo representa una oportunidad para incentivar a la lectura y educar a través de ella.
Esta posibilidad la ofrecen Álex Rovira y Francesc Miralles, autores de “Cuentos para niños y niñas felices”, una de las novedades literarias del Grupo Planeta de este mes. Un libro para que los lectores más jóvenes aprendan valores, ofreciendo una brújula para afrontar los retos de la vida, desarrollar su inteligencia emocional, descubrir su talento y realizarse.
Un ejemplar que se convierte en una guía para padres y educadores. A continuación, EL NUEVO SIGLO le da a conocer un fragmento de este libro:
Los dos viajeros
Al juzgar sin conocer, nos perdemos lo mejor de la vida
A las puertas de una rica ciudad construida en medio del desierto, una sabia mujer daba la bienvenida a los visitantes. Permanecía allí largas horas durante el día, bajo una palmera que filtraba la luz del sol, y reflexionaba sobre la vida. Por eso, en aquel oasis de civilización la tenían por sabia.
Una mañana, poco después del amanecer, llegó un caminante que afirmaba provenir de un país lejano. Tras atravesar centenares de kilómetros de arena, deseaba conocer las costumbres del lugar. Justo antes de cruzar las puertas, preguntó a la mujer:
—Por favor, buena señora, ¿podría explicarme cómo son las personas que habitan en este lugar?
—Antes de darle mi parecer —respondió ella—, me gustaría saber cómo son las gentes de donde usted viene.
—¡Ah! —rezongó, molesto—. Le diré que son gente perezosa, ignorante, metomentodo, mentirosa, creída y ególatra. En fin, me fui de mi ciudad porque solo hay cretinos, y ahora busco un sitio mejor para quedarme.
—Ajá… Pues, sintiéndolo mucho, me temo que en mi ciudad se encontrará un panorama similar.
Desconcertado y apenado, el caminante le dijo entonces que prefería proseguir su camino y buscar un hogar mejor para él.
Ni siquiera entró en la ciudad.
Transcurrida la jornada, cuando el sol empezaba a esconderse y la sabia mujer estaba a punto de retirarse a casa, se presentó un viajero joven y risueño en la entrada a la medina.
Al ver a la mujer sentada bajo la palmera, aprovechó para saciar su curiosidad:
— ¡Buenas tardes, señora! Imagino que es usted de por aquí…
La sabia asintió.
—Soy antropólogo y hace tiempo que deseaba visitar esta ciudad en medio del desierto —explicó sonriendo—. ¿Puede contarme algún detalle curioso de sus habitantes? ¿Cómo son?
—Por supuesto… Se lo diré pero con una condición: primero debe contarme usted cómo son los habitantes de su ciudad. ¿Acepta el trato?
Sin apenas pensarlo, el antropólogo viajero exclamó con entusiasmo:
—¡Es gente estupenda! La mayoría son amables y les gusta compartir. Eso sí, también hay otras personas no tan solidarias, pero si las tratas bien y eres comprensivo con su situación, no serán mezquinos contigo. En fin, sin duda, la gente de mi ciudad merece la pena.
Dicho eso, la mujer se puso en pie, levantando los brazos en gesto de bienvenida.
—Pasa a nuestra ciudad, querido visitante. En este lugar conocerás a tanta buena gente como en el sitio del que vienes. ¡Eres bienvenido!
Para pensar y crecer
Dime cómo eres y te diré lo que encontrarás
No solemos ver la realidad tal como es, sino como somos nosotros. Muchas veces, no nos damos el tiempo suficiente para averiguar cómo es una persona que vemos por primera vez. Sencillamente, la fabricamos con nuestros prejuicios.
Un prejuicio es un juicio previo por el cual condenamos aquello que tenemos delante, sin llegar a conocerlo.
Se cuenta que a Churchill le preguntaron qué opinaba de los franceses, y dijo: «No lo sé… Son muchos y no los conozco a todos».
Si crees saber cómo es alguien o algo —una persona, un país, una cultura— sin conocerlo verdaderamente, jamás podrás descubrirlo.
Este breve relato da justo en el clavo, porque cada viajero hallará en la ciudad lo que lleva en su interior. El pesimista encontrará negatividad, y el que tiene una mirada amable encontrará personas de esa misma calidad.
Constantino Cavafis plantea una situación parecida en uno de sus mejores poemas:
«Dices: “Iré a otra tierra, hacia otro mar y una ciudad mejor hallaré. Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado”.
Y el poeta responde: “No hallarás otra tierra ni otro mar. La ciudad irá en ti siempre […]. La vida que aquí perdiste, la has destruido en toda la tierra”».
La decisión es tuya: ¿qué clase de ciudad quieres encontrar?
La flecha en la luna
Lo importante no es cumplir tus sueños, sino cómo tus sueños te empujan a superarte
Jasón se entrenaba desde niño para ser arquero de la corte. Siempre había admirado a los soldados, que, apostados en las almenas, velaban por la ciudad. Tras practicar con mucho empeño, al cumplir los quince años se presentó ante el jefe de la guardia y dijo:
—Señor, no solo quiero servir a la corte, tras recibir la instrucción. Mi sueño es llegar a ser algún día el mejor arquero del mundo. ¿Qué debo hacer para lograrlo?
El jefe, considerado el arquero más experto del país, sonrió complacido y dijo:
—Hijo, si quieres convertirte en un arquero sin rival, mejor que cualquier otro que haya existido, tu objetivo es la luna.
Cuando una de tus flechas se clave allí, podrás decir que eres el mejor con el arco, puesto que hasta el momento nadie ha tocado jamás nuestro astro. Si lo consigues, ten por seguro que ningún ser humano dudará de tu pericia.
Tras agradecer el consejo, pese a lo extraordinario de la propuesta, el joven arquero no quiso perder ni un minuto. Preparó con pasión sus flechas, comprobó la flexibilidad de su arco y tensó la cuerda. Luego esperó a que la luna emergiera por el horizonte.
Una noche tras otra, y hasta la madrugada, se veían sus flechas subir y bajar del cielo sin descanso. Sin embargo, Jasón no se desanimaba. Seguía practicando cada anochecer, cualquiera que fuese la fase de la luna: llena, creciente, menguante o nueva.