ES UN tolondrón" (aturdido), dice Francisco Franco sobre otro general golpista español en una hilarante novela de Eduardo Mendoza. El escritor defiende poner frases inventadas en boca de relevantes personajes históricos como licencia literaria, aunque la idea levante ampollas entre los historiadores.
A Franco "lo hice expresamente hablar de una forma que era imposible, era una parodia, porque quería que formase parte del mundo ficticio", dice Mendoza sobre Riña de gatos, una historia sobre el Madrid previo al inicio de la Guerra Civil (1936-1939) con grandes dosis de humor.
"Para introducir a un personaje histórico en una novela tienes que hacerlo con el espíritu de un personaje de ficción", defiende el autor durante un debate organizado el jueves por la noche por el centro de estudios hispánicos de la London School of Economics, en Londres.
Mendoza ha escrito numerosos relatos ambientados en momentos históricos, como la Exposición Universal de 1888 en La ciudad de los prodigios o la convulsa Barcelona de principios del siglo XX cuando los empresarios contrataban a pistoleros para asesinar a sindicalistas en La verdad sobre el caso Savolta.
Para crearlas "leí mucho, Historia, revistas, hablé con gente y luego lo dejé todo de lado y lo inventé todo", explica ante un pequeño auditorio formado por estudiantes, apasionados de la literatura y expatriados españoles.
Realidad y ficción deben considerarse siempre como "dos mundos separados", afirma. Y defiende: "Cuando lees una novela histórica tienes que pensar que estás leyendo novela y que los personajes reales también son inventados, que no son auténticos".
Pero la simple idea provoca el rechazo de destacados historiadores, como la británica Helen Graham, profesora de Historia europea moderna en la Royal Holloway University de Londres y autora de varios libros sobre la Guerra Civil Española.
"Hablas de la suspensión del escepticismo cuando leemos una novela, pero si la novela está ambientada en un momento histórico todos pensamos que, a pesar de lo que se inventa, hay verdad en la narración porque es histórica", le responde algo molesta.
Paul Preston, profesor de la LSE y uno de los mayores expertos en la España moderna cuyos libros incluyen biografías de Franco y de Juan Carlos I, coincide con Graham.
"Cuando leo novelas en que aparecen personas reales, una novela digamos que tiene a figuras de la guerra civil española como Manuel Azaña o Francisco Franco, me indigno porque cuando el novelista pone diálogos en boca de esta persona pienso 'he pasado 30 años estudiando a este tipo y de ningún modo nunca hubiese dicho algo así'", explica.
El truco consiste en utilizar el "tono adecuado para evitar la confusión", considera el también español Lorenzo Silva, reconociendo sin embargo que en sus propias novelas nunca se ha atrevido a poner en boca de Franco nada que no hubiese dicho y no estuviese documentado porque cree que eso hubiese sido "mentir".
"¡Por eso Franco habla tan poco en mis novelas!", bromea el autor de obras como La marca del meridiano y Recordarán tu nombre, ambientada en la Guerra Civil.
Y denuncia que también los historiadores pueden inducir a error: investigando para un ensayo sobre la Guardia Civil encontró en cinco libros de Historia -"¡Cinco!", se exclama- la narración de cómo a mediados del siglo XIX sus agentes había matado a un conocido grupo de bandoleros en el sur de España.
"No era cierto. El autor del primer libro había oído la historia y los otros cuatro lo copiaron. Y yo fui el sexto que copió la historia, así que tuve que corregir mi libro en la segunda edición", tras tener pruebas de lo contrario halladas en documentos oficiales.
Pero, y estos ¿son fiables? Los historiadores "tenemos un fetichismo con los documentos oficiales", reconoce Preston, "como si los funcionarios no mintiesen", ironiza.
Así, explica, cuando escribió su biografía de Franco hace 30 años "creía que era cierto que Franco no era uno corrupto".
Pero desde entonces "se ha descubierto que Franco era increíblemente corrupto, que por ejemplo el dinero de los varios bonos nacionales que se emitieron durante la Guerra Civil para comprar armas fue directamente a su cuenta bancaria", reconoce, haciendo un cierto mea culpa.