Colsubsidio: serie de grandes pianistas | El Nuevo Siglo
Viernes, 1 de Febrero de 2013

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

Me gusta el público de la Serie internacional de grandes pianistas que, como todos los años, abre la temporada musical de Bogotá y le sigue los pasos al Festival internacional de música de Cartagena. Me gusta porque no se parece en nada, bueno, casi en nada, al de Cartagena, que es importado de Bogotá casi en su totalidad.

 

El de Cartagena es elegantísimo. Así tiene que ser, porque es jet-set criollo a la enésima potencia. El de Colsubsidio, salvo un par de eventuales aspirantes al cerradísimo círculo social capitalino, son melómanos, melómano a secas, gente que adora la música y va al teatro el domingo a las once de la mañana para disfrutar de un evento, la Serie internacional de pianistas, que, se sabe de sobra, jamás defrauda porque es una suerte de caja de Pandora¸ que cada domingo presenta un concierto inolvidable; a veces con figuras de renombre internacional, a veces con pianistas nuevos, pero siempre extraordinarios.

 

El público de Colsubsidio no es pretensioso ni esnobista. Hasta en eso se diferencia de ese de Cartagena que llega al teatro con la sonrisa dibujada por las expectativas de la fiesta tras el concierto, no del concierto mismo que al fin y al cabo es un abrebocas encantador, como diría Ravel, un preludio a la noche. Este de Colsubsidio llega con las expectativas de los verdaderos enamorados de la música y, dependiendo de la intensidad de la campaña publicitaria puede llenar el teatro de la calle 26, asolada y medio destrozada por obra y gracia de los últimos alcaldes: el incompetente, el pillo y el orate… la publicidad manda en nuestra sociedad y no hay nada qué hacer.

 

El del domingo pasado, lamentablemente, no fue numeroso pero sí entregado y entusiasta. Lamentable porque se privaron de un concierto memorable. En Rusia, donde los buenos pianistas se cosechan por docenas en los conservatorios, los nombres de Irina Silivanova y Maxim Puryzhinskyi son familiares porque conforman uno de los duetos de piano más reconocidos del momento.

 

Los grandes dúos de piano, que no son muy numerosos, ofrecen uno de los espectáculos más fascinantes. Bueno, en general los pianistas, profesionales y amateurs, adoran tocar a dos pianos y a cuatro manos, por el reto de trabajar solidariamente, por la experimentación que involucra, por su repertorio riquísimo que de otra manera no se puede abordar, y por lo que es obvio, porque la experiencia mucho tiene de la íntima satisfacción de la música de cámara.

 

Pero una cosa es tocar eventualmente así y otra hacerlo como una opción profesional. Silianova y Puryzhinski han hecho del repertorio a cuatro manos, y a dos pianos, su mundo. El domingo inauguraron la Serie 2013 con obras para cuatro manos.

 

El programa tuvo un poco de todo. Porque abrieron con uno de los filones del repertorio, el de las transcripciones, con una selección de fragmentos del Cascanueces de Tchaikovski y ahí se produjo el primer milagro en la Variación del hada del terrón de azúcar al conseguir con perfección asombrosa el sonido de la celesta, que es el alma de la orquestación original. Siguieron con otra transcripción tchaikovskiana, la de tres danzas del acto III del lago de los cisnes que es obra de Claude Debussy, cuando trabajaba en los veranos para la señora von Meck, que era la mecenas de Tchaiovsky. También excepcional.

 

La primera parte cerró con las Seis piezas para piano op. 11 de Sergei Rachmaninov, pianistas rusos al servicio del alma rusa, porque la obra, parodiando a Tchaikovski, es rusa hasta la médula.  Cuánto control en la romanza, cuánta tristeza velada en la barcarole, cuánta inteligencia y dominio del color en la romanza y sobre todo cuánta pasión y cuanta entrega para arrebatarle al piano las más impresionantes sonoridades en el trozo final, Slava.

 

Para la segunda parte eligieron abrir con la obra que, en cierta medida permite calibrar a fondo las fortalezas y las cualidades de un dúo de pianistas a cuatro manos, porque puede ser la obra maestra del género: la Fantasía en fa menor de Schubert. La interpretación fue conmovedora. Primero, claro, porque consiguieron transmitir lo que primero se aprecia en Schubert: la inventiva melódica del tema que abre la obra y le da cohesión a lo largo de su desarrollo, en segundo lugar porque demostraron que la suya es una interpretación trabajada a fondo, por el control de la forma que le permitió al público saborear sus cuatro movimientos; pero sobretodo porque el momento más complejo, la fuga del finale estuvo resuelta a tope, con inteligencia y con control.

 

Lo que vino después fue simplemente el colofón para que la mañana se convirtiera en algo inolvidable. Porque tocaron la cinco primeras Danzas húngaras de Brahms y se puso de manifiesto lo que no debe pasarse por alto cuando se toca a cuatro manos: el placer. Porque fue placer puro lo que hubo en la asombrosa compenetración de los pianistas, especialmente cuando retomaban el tema inicial para juguetear con él, con inesperados giros del ritmo, con ralentandos sensuales, alargando acordes, abreviando otros, en fin, toda una experiencia que, como era de esperarse, fascinó a un público que, como ya dije, no era numeroso pero si apasionado.

 

Y el entusiasmo fue retribuido cuando regalaron en encore una transcripción de la Habanera de Carmen de Bizet de Gryasnov: inolvidable.

 

 

 

CAUDA

Lo que viene este domingo, de antemano se sabe, será de primera clase:  la gran pianista Cecile Licad en un programa que ofrece, entre otras, la Segunda sonata de Chopin, selecciones de los Años de peregrinación de Liszt, la Alborada del gracioso de Ravel y una novedad absoluta: obras de Louis Moreau Gottschalk…