Tras 118 años de su estreno en de Paris, Pelléas et Mélisande sigue desconcertando. Hay incluso quienes la detestan.
No es para menos. Es una creación única en la historia. Casi sin antecedentes y prácticamente sin secuelas.
Aparentemente hay un triángulo amoroso. Mélisande, esposa de Golaud, enamorada de Pelléas, su cuñado. Mismo conflicto de Francesca da Rimini, lo grave es que no logramos saber si la relación fue, o no, más allá del encuentro en la fuente o quién es el padre de la hija pues muere y no lo revela.
El más francés de los compositores franceses
Musicalmente, los franceses son distintos. Eso se sabe. Las grandes formas de la tradición el gusto por la vocalidad les son ajenas. Cultivan la sinfonía a regañadientes y si lo hacen, no hay nada en común con Mozart, Haydn o Beethoven.
Igual con la ópera, siempre una búsqueda paralela.
Cuando Debussy nació en Saint-German-en Laye el 22 de agosto de 1862 el panorama estaba polarizado entre Verdi y Wagner. El primero era la tradición, el segundo la música del futuro. Para ser de avanzada había que ser Wagneriano..
El joven Debussy sucumbió a Wagner, pero era demasiado inteligente y sensible para convertirse en su seguidor, tomó lo que le interesó y fabricó su propia paleta en el Preludio a la siesta del fauno de 1894 que fue su manifiesto: sensaciones, sensualidad, eludir las grandes explosiones y explorar, como no lo había hecho nadie, la voluptuosidad. Sugirió, pero no describió.
Liberó de Wagner a Francia. La hizo independiente.
El encuentro con Maeterlinck
Como todos los franceses, era un compositor dramático con talento para serlo. En el Conservatorio ganó el Prix de Rome con una cantata, L’Enfant prodigue, con La Demoiselle élue definió su estilo etéreo y empezó a trabajar una ópera, Rodrigue et Chimène basada en El Cid.
Huno más proyectos, pero sólo Pelléas et Mélisande se materializó. Le tomó diez años. Cuando vio la obra de Maeterlinck se las arregló para un encuentro con el belga, que accedió y le dio carta abierta para hacer los cortes que considerara necesarios.
Quedó encantado, el tema era sugestivo y etéreo, sin espacio ni tiempo, sin momentos grandilocuentes y personajes sin pasado.
Debussy versus Maeterlinck
No hubo ni libreto, eliminó las escenas a su juicio innecesarias y se dedicó a la composición. Cuando terminó invitó al belga a escucharla. Maeterlinck vino con su mujer, Georgette Leblanc, actriz y cantante que se encargó de mantenerlo despierto; esperaba ser la Mélisande del estreno.
El director del teatro, resolvió que sería Mary Garden, esbelta, la belleza inefable para Mélisande y musicalmente predestinada
Debussy no dio la cara, estaba encantando. Maeterlinck y su mujer se enteraron, por la prensa, que Garden sería Mélisande. Los tribunales, que fallaron contra el dramaturgo que perdió los estribos, nublado por la ira empuñó su bastón y en un acto suicida ¡saltó por la ventada de su casa! No pasó nada porque vivía en primer piso. Cuando llegó, Debussy no opuso resistencia, cayó en el sofá y su mujer lo revivió con sales aromáticas.
El estreno y su significado
La noche del 30 de abril de 1902, el público quedó desconcertado, pero no escandalizado. En medio del desconcierto más de uno intuyó que se trataba de una obra maestra. Para Edward Lockspeiser El drama de Maeterlinck predica la filosofía fatalista de que la impotencia del hombre para eludir las fuerzas misteriosas que determinan el curso de la vida, es la tragedia de su existencia. Sólo hay una realidad, la muerte y añade que Pelléas no contiene nada que atraiga al psicólogo, porque es pura poesía.
La música que respeta el texto sin agobiarlo, se desliza bajo las palabras como un sortilegio. Melodía y orquestación no se revelan de inmediato, todo es abrumadoramente estilizado, no hay agudos, ni de la soprano, ni del tenor. La música exalta lo que puede haber de sugestivo en los personajes. La orquestación, delicada y transparente le da significado al libreto.
Es la piedra angular del simbolismo operístico, así Debussy eliminara las escenas simbolistas, salvo la del Yniold y las ovejas.
Quien lo vio con claridad meridiana fue Émile Réty, el anciano secretario del Conservatorio a quien indignaban las audacias del joven estudiante, que cuando escuchó la ópera dijo airado: Esto es de Claude Monet. Debussy, que aborrecía ser encasillado de Impresionista debió quedar encantado.
El revolucionario
Con Pelléas Claude Debussy revolucionó la ópera, de tal manera que abrió y cerró un capítulo de la historia que seguramente ni él mismo habría podido volver a trasegar.
Con el Preludio a la siesta del fauno inició un camino que culminó con otra partitura revolucionaria: La mer, su aproximación más cercana a la Sinfonía.
En el piano no fue menos insurrecto. De hecho su obra es la más significativa después de Chopin en la búsqueda de un sonido donde el instrumento engañe al oyente en cuanto a su propia naturaleza con el desarrollo a ultranza de la técnica de los pedales.
Audaz y osado también se aproximó a la tradición camerística de la Sonata y sus canciones son un gran capítulo de la tradición francesa
Lo que a la final es difícil dilucidar es si se trata del iniciador de la modernidad, como aseguran quienes juran que de su música se derivan buena parte de las vanguardias del siglo XX, o en realidad es el punto final de la tradición que hunde sus raíces en la sensualidad armónica de Rameau en el siglo XVIII.
Lo que sí es claro es que fue un genio. Uno de los más grandes de la historia.