Por Emilio Sanmiguel
Especial para El Nuevo Siglo
ASÍ fue. Si a lo largo de su segunda presentación en el Teatro, el público estaba por completo rendido a los pies de la Orquesta Simón Bolívar de Venezuela y su director Gustavo Dudamel, a tal punto que los aplausos se tornaron rítmicos al final de la Suite Nº2 de Daphis et Cloé de Maurice Ravel, que no era la última obra del programa, con el encore, que fue un arreglo sinfónico de la cumbia Colombia, tierra querida de Lucho Bermúdez, el director venezoano se echó al público entre el bolsillo. No porque fuera necesario, sino porque orquesta y director quisieron poner en evidencia los lazos culturales y afectivos que unen a los dos países.
Tuvo mucho sentido ese gesto. Porque el concierto abrió con Hipnosis Mariposa, del compositor venezolano Paul Desenne, que a su vez es una Variación sinfónica sobre la tonada llanera La vaca mariposa de Simón Díaz (1918 – 2014), autor de Caballo viejo y Pasillaneando, tan populares en Colombia que hasta se las considera propias como el Alma llanera.
En Venezuela el público apenas necesita un empujoncito para corear La vaca mariposa; igual que el auditorio antenoche, que a un gesto de Dudamel empezó a seguir rítmicamente la cumbia de Bermúdez y a corear el Cantando, cantando yo viviré…
El concierto tuvo esa connotación. Abrir con algo que tiene sentido y hasta es un deber, llevar la música de los venezolanos al exterior y también, de paso, rendir un homenaje a las tradiciones del anfitrión. En el mejor sentido de la palabra, ¡echarse al público al bolsillo!
Programa de excepción
Fundamentalmente Mahler y Beethoven han sido los grandes antecedentes de Dudamel y su orquesta en su casa de Bogotá, que es el Teatro Mayor.
Para esta visita trajeron una nueva faceta de su versatilidad y se pasaron abiertamente a los clásicos del siglo XX.
Entre Desenne y Bermúdez quedaron enmarcados Heitor Villa-Lobos (1887 – 1959) y Maurice Ravel (1875 – 1937).
El programa abrió con la Bachiana brazilerira nº2. Parece redundante decirlo, pero hay que hacerlo, porque para Bogotá fue toda una experiencia y también una novedad; aunque suene delirante, la música de Villa-Lobos prácticamente no se oye jamás en Colombia (Nelson Freire y Roberto Szidon, hace décadas, respectivamente. tocaron el Rudepoema que nunca más ha vuelto a oírse), y las Bachianas jamás se programan, ni siquiera la tan popular Nº 5 para soprano.
Versión extraordinaria la del jueves. La gigantesca Simón Bolívar se convirtió en orquesta de cámara y Dudamel recorrió la Baquiana como lo que es, una Suite que en sus moldes barrocos contiene la pasión estilizada de la música brasileña, en la que resultó arrobador el vigor y precisión de los ataques de los arcos en las cuerdas y sobretodo, el sonido cálido, sensual y muy efusivo del Aria en el primer violonchelo de la orquesta, Edgar Calderón, que emergía protagónico, como por arte de magia, y luego se fusionaba con la orquesta con una naturalidad francamente magistral.
El cuarto de hora de Ravel
La segunda parte del programa fue para Ravel. De los llamados Compositores impresionistas es el más peligroso de todos. Exige el dominio completo del oficio y la destreza virtuosística de todos los instrumentistas. Al director lo obliga a tomar un distanciamiento emocional que pocos compositores demandan: si este pierde el control de sus emociones la música se vuelve una caricatura.
Dudamel lo sabe. Así lo demostró antenoche. El retrato raveliano del amanecer, que es la primera parte de la Suite nº2 de Daphnis et Cloé realmente inundó de resplandor el teatro, dejó la sensación de que las luminarias de la sala se habían encendido hasta tornarse enceguecedoras. Lo demás vino con la lógica francesa que desembocó en el frenetismo virtuoso de la orquesta en la danza, que es el final del ballet y conclusión de la Suite.
Cerró con el poema coreográfico La Valse. Obra maestra de originalidad y magisterio compositivo. Dudamel tiene su propio concepto para dirigirla, porque dosificó al máximo lo que para muchos directores es el paradigma, que el tejido armónico siempre se tienda como un velo imperturbable sobre los destellos de la melodía del vals Es decir, se permitió en varias oportunidades traer esos destellos de melodía al primer plano, pero, sin perder de vista que son apenas destellos, impresiones, apenas giros que contienen la evocación de Strauss; y, luego, más adelante, el implacable desenlace de eso que buscaba el ballet original, la disolución del mundo de los Habsburgos; porque si se permitió la nitidez de que hablaba, también fue implacable en la manera como lo fue borrando hasta sepultarlo en los dramáticos acordes finales, pero, ya lo dije, con un fino y atinado ejercicio de la objetividad.
Gran noche.