Una fecha rara: 02-02-2020, el día del 02. Y de golpe fue la premonición de lo que le pasaría a Morante, 0 de 2. Llegaba después de 11 años a la Santamaría, luego de que en 2009 lo despidieran con una monumental bronca.
Se esperaba fuera la revancha del torero de Puebla del Río, pero tal cosa no sucedió: Paseó un habano por el patio de cuadrillas y fue la sensación entre los ahí presentes, pero en el ruedo, ante las dificultades de sus adversarios de la ganadería de Ernesto Gutiérrez, no apareció la inspiración.
Inició la tarde Morante con muestras de maestría en el capote, sin embargo, cuando tomó la muleta y probó al toro, que se paró totalmente, decidió coger la espada, dejó media no certera y escuchó dos avisos tras repetidos fallos con el descabello, estando a pocos segundos de mandar vivo a su rival. En su segundo, cuarto de la tarde, las cosas empeoraron: ni capote, ni muleta. Despedida con pitos para este torero que no logra hacer de esta su plaza.
A pesar de que la cabeza de cartel había decidido que esa no era su tarde, había llegado como reemplazo de Andrés Roca Rey el galo Sebastián Castella, quien a la postre pagó la boleta. Cuajó dos faenas que quedarán en el recuerdo de los aficionados. Pero no fue solo eso. El amor y la disposición que mostró dejaron la sensación de que no se ahorró una gota de esfuerzo.
En su primero, segundo de la tarde, puso una amplia dosis de emoción: variado con el capote y muy templado con la muleta, arrancó como es costumbre en sus faenas recibir el tercio con estatuarios cambiados por la espalda, escalofriantes. La estocada caída surtió efecto y el público le concedió una oreja a ley.
Pero fue en el quinto cuando Castella demostró por qué está en su mejor momento: ejerció el rol de director de lidia en todo instante, mandando a su cuadrilla de tal modo que pareció pegar un regaño público monumental a Alex Benavides luego de liderar con el capote el tercio de banderillas. Sin embargo, tan pronto tomó la muleta y la montera, fue a brindarle con mucho cariño el toro a quien acababa de reprender. Y ahí todo fue para arriba. El toreo se veía en cámara lenta. Era, sin duda, una faena de dos orejas. Pero el acero, ese que da, pero que también quita, le falló y dos pinchazos dejaron una enorme actuación en una sentida vuelta al ruedo.