Desde hace una década este país asiático figura en la lista de los más peligrosos del mundo para los periodistas y un puñado de caricaturistas son los más amenazados de todos.
Estos dibujantes no suscriben todos los ideales de los viñetistas Charb, Cabu, Wolinski y del equipo de la revista Charlie Hebdo, diezmada por un atentado islamista en París que causó doce muertos.
Pero esto no les impide denunciar el ataque a sus colegas franceses, que hace años enfurecieron a parte del mundo musulmán publicando caricaturas de Mahoma.
"Yo no caricaturizo al profeta, sino a terroristas... Esto no es blasfemo, porque los terroristas no tienen nada que ver con el profeta", cuenta Rafique Ahmad, alias "Feica", que trabaja para el diario Dawn.
"También he caricaturizado a fanáticos, a fundamentalistas, a mulás... Pero es muy peligroso en Pakistán", añade el dibujante, que empezó su carrera en tiempos de la dictadura islamo-militar del general Zia ul-Haq, al final de los años 70.
En Pakistán, la polémica ley sobre la blasfemia prevé incluso la pena de muerte para cualquier insulto al profeta Mahoma. A veces, una muchedumbre enfurecida "hace justicia por su cuenta", como en julio, cuando tres personas perdieron la vida por una fotografía considerada "blasfema".
La Constitución garantiza la libertad "de expresión", pero impone líneas rojas: se prohíbe quebrantar "la gloria del islam" y "la seguridad" del país.
Esto no ha impedido al gobierno denunciar el ataque a Charlie Hebdo, ni a la prensa expresar su solidaridad.
"No podemos permanecer impasibles ante los destinos de nuestros colegas periodistas en París, tanto si estamos de acuerdo con su concepción de la libertad de expresión como si no...", recalca el periódico Daily Times.
En el país "la autocensura está en todas partes", subraya Feica. Pero aún así, los caricaturistas retratan a los militares y religiosos, se burlan de la clase política y denuncian a los talibanes, cuidándose de no personalizar demasiado las cosas.
"Si se toma como blanco a los insurgentes, a extremistas, a talibanes (como grupo) pasa bien, pero si es una persona en particular, entonces se convierte en una vendetta y las posibilidades de ser atacado aumentan", explicó Sabir Nazar, otro caricaturista en el "país de los puros".
Hace unos años, Nazar recibió amenazas tras haber personalizado una caricatura de la Mezquita Roja de Islamabad, un bastión de radicales que era escenario de una operación militar sangrienta.
"Si los insurgentes, los grupos religiosos, el ejército son temas prohibidos, acabaré dibujando sólo a políticos. Si sigo esta línea, entonces los primeros habrán ganado", declaró el caricaturista al diario The Express Tribune, cuyo personal fue blanco de numerosos ataques desde hace dos años.
- Doble rasero -
En Pakistán, donde el 45% de la población es analfabeta, la prensa anglófona va dirigida a un público de lectores urbanos instruidos, al contrario de los diarios en urdú, más nacionalistas, religiosos, conservadores y populares.
"Mi código de conducta es muy estricto: no me meto con temas como la religión o el sexo... la gente corriente tiene tantos problemas en este país que me concentro en ellos", explica Jawed Iqbal, caricaturista del diario urdú Jang, el más leído del país.
Cortes eléctricos, escasez de gas, administración kafkiana y las rivalidades entre políticos delimitan el perímetro de su trabajo.
"Todos los diarios en inglés juntos no tienen el peso de uno en urdú como Jang...A veces tengo la sensación de haber conseguido cambiar las políticas del gobierno", recalca Iqbal, quien recuerda haber recibido "amenazas" en los años 80 por una caricatura de un líder religioso.