Los aromas herbales, perfumados y húmedos del eucalipto, las orquídeas y el musgo, son lo que de entrada percibe el visitante en este gigante espacio vegetal, compuesto por grandes árboles, bellos pastizales y un enorme despliegue de follaje. El parque ecológico “Entrenubes” tiene a su alrededor la imagen colorida de al menos 104 barrios de Bogotá (ubicados en las localidades de Rafael Uribe, San Cristóbal y Usme) y en su interior, la diversidad y la riqueza de su naturaleza fecunda.
A pocos metros de la entrada se visibiliza una fascinante zona agrícola, donde varias mujeres trabajan con templanza entre sus cosechas. Se trata de un grupo de 33 señoras que hacen parte de la Fundación Mujeres Empresarias, las cuales siembran lechuga, acelga, espinaca, cilantro, coliflor, brócoli, cebolla, espinacas, cubios, apio, coles risadas, perejil, manzanilla, caléndula y yerbabuena, desde hace dos años.
En toda esta zona se puede ver a estas mujeres luchando contra la inclemencia del frío y el calor, haciendo su labor en la generosidad de la tierra a pesar de tener las manos heridas, llenas de rasguños y moretones. “Estas plantas son como mis hijos y por eso les dedico tardes enteras a su cuidado para que puedan crecer bien”, afirma Margarita Roa, de 69 años, de corta estatura, piel morena, cabello corto y algunas inocentes arrugas que resaltan su rostro sonriente y chispeante de vitalidad.
Más adelante se puede ver una casa de madera, con techo de guadua y largo tejado rojo, donde reposan algunos miembros administrativos del parque. Alrededor de 20 guardias de seguridad pasean desconfiados con sus rottweilers y pastores alemanes, custodiando un entorno cinco veces más grande que el Simón Bolívar.
Un camino en ascenso
En el primer sendero para subir hacia la cima del parque, se aprecia un camino de ladrillos rodeado de grandes praderas sin arborizar y más adelante, se ve un mirador que consuela a los viajeros con la ilusión de alcanzar la anhelada cumbre entre las nubes. Después de 10 minutos de recorrido se llega a un espacio de descanso donde se pueden hacer asados, acceder a Internet, utilizar los baños y aprender a realizar figuras en arcilla en un taller de artesanías.
Sin embargo, a partir de ese punto se debe subir hacia la montaña a través de unas rudimentarias escaleras, las cuales envuelven al visitante en un sendero completamente agreste, donde la naturaleza muestra toda la rudeza de su selva virgen, a través de un escenario oscuro, enmarañado, rodeado de jungla espesa, donde el azul del cielo se pierde visualmente y se escuchan de manera cercana los susurros animales.
“En esta parque existen 17 quebraditas de las cuales cinco nacen en este escenario, las demás conectan a los cerros orientales de Bogotá y con el Rio Tunjuelo”, dice a EL NUEVO SIGLO el subdirector de Ecosistemas de Ruralidad de la Secretaría de Ambiente, Carlos Córdoba, quien además explica que “en este lugar también existe un vivero que cuenta más de 70.000 especies de árboles y plantas nativas, que conviven a su vez con 55 especies de aves y cinco diferentes clases de reptiles”.
Después de 45 minutos de recorrido, ligeros rayos solares se filtran entre el follaje y se puede ver cómo navegan en el aire mariposas que reposan suavemente sobre los troncos podridos, pájaros cantores que revolotean sobre los matorrales y lagartijas que se mimetizan con el paisaje multitudinario de hojas, ramas y flores muertas, que decoran ese gigantesco tapete natural.
Montaña Andina
Casi después de hora y media de recorrido se llega a una zona abierta donde se observa un desierto de piedras y arena que recuerda los años en que Bogotá era simplemente un enorme lago donde siempre llovía y del cual ahora solo quedan algunas ruinas. Desde allí, se ven también las faldas de las montañas invadidas por personas que improvisaron casas con lonas verdes y tejas.
Además, desde este punto, el cerro Guacamayas de 40 hectáreas, el Juan Rey de 404 hectáreas y el Cuchillo del Gavilán de 180 hectáreas rodean el lugar, demarcando con nitidez la exuberancia vertical de la empinada montaña. “En 1992 esta zona recibe el nombre de Parque Entrenubes y a partir del Decreto 90 de 2004 se delimitaron sus áreas de preservación ambiental y de responsabilidad urbana, gracias a un grupo de ciudadanos de la zona que lucharon por la importancia ecológica del escenario”, explica Córdoba a este Diario.
Más arriba, después de tres horas más de dolores musculares, coletazos climáticos y fantásticas maravillas naturales, se siente el fresco de una niebla espesa que se apodera de todo, logrando que el verde de las plantas se torne en un gris opaco. Más allá está el mirador de Juan Rey, donde se observa la capital en una panorámica de 360°, donde se evidencian enormes nubes de contaminación que reposan con indiferencia sobre toda la ciudad.
Diana García, algo empolvada, sudorosa y cansada por la enorme caminata de regreso a la entrada del parque, intenta visitar este tipo de escenarios para desconectarse de los ajetreos del día a día. “La naturaleza también se puede conservar desde la ciudad y por esa razón debemos apoyar estos espacios diversos, ricos en fauna y flora”, concluye esta estudiante de 24 años de mercadeo y publicidad, jadeante por el enorme esfuerzo del descenso desde la misteriosa cima entre las nubes.