Bicentenario del nacimiento de Verdi | El Nuevo Siglo
Sábado, 5 de Octubre de 2013

Por: Emilio Sanmiguel

No corrió con mucha suerte Giuseppe Verdi este año en Bogotá. Porque todo parece indicar que las entidades culturales locales resolvieron pasar la fecha por alto.

Es que Giuseppe Verdi nació el 10 de octubre de 1813, es decir, que el próximo jueves el mundo conmemora su bicentenario. Habrá quien diga qué diablos tiene que ver Bogotá con el bicentenario de un compositor italiano, y la respuesta es medio obvia: que fue uno de esos compositores que desde el siglo XIX ayudaron con su obra a forjar el gusto por el arte lírico, y sobre la importancia del arte lírico dejo el asunto mejor en manos de los grandes pensadores que bastante han escrito al respecto.

¿Qué habría sido de la ópera de Colombia sin las óperas de Verdi?

Vaya a saberse. Pero es un hecho que cuando en la década del 70 Alberto Upegui se le midió a la quijotada de la Ópera de Colombia, dos títulos del legado verdiano fueron decisivos para despertar la pasión: Rigoletto y La traviata.

Rigoletto porque todo el mundo tenía en la punta de la legua la canzone del Duque del último acto: La donna è mobile; y Traviata porque el Brindis del acto I es casi un himno.

Rigolettoy Traviata son dos de las tres óperas que conforman la Trilogía popular verdiana, la tercera es El trovador, que seguramente Alberto Upegui no llevó a escena en ese momento porque de las tres es la más difícil de hacer bien. Mucho lo criticaron en ese momento, 1976, porque se decía entonces que hacía las temporadas para favorecer a Carmiña Gallo, que era su esposa.

Desde hace muchos años tengo la certeza de que si una persona ha sido víctima del establecimiento cultural, esa persona ha sido Alberto Upegui, a quien hasta la paternidad de la Ópera de Colombia le ha sido arrebatada… bueno, en los tiempos del terror casi le arrebatan la honra ¡que es peor!

Carmiña también llevaba su parte. Pero, como digo siempre, esa es otra historia, pues si Upegui hubiera sido tan ladino, como decían sus malquerientes de entonces, habría hecho El trovador y no La traviata que parecía escrita sobre medidas para la voz de su mujer: no me quiero imaginar el griterío que hubiera levantado D’amor sull’ali rose en su voz tan cuidadosa del fraseo y tan generosa en los pianísimos. Pero repito: esa es otra historia.

Rigoletto, El Trovadory La traviata son la santísima trinidad verdiana. Fueron escritas exactamente en ese orden, la primera y la última para el teatro de La Fenice de Venecia en 1851 y 1853 respectivamente, la segunda para el Argentina de Roma en 1853.

Para Verdi significaron su emancipación definitiva, luego de esa época que él mismo llamó años más tarde sus años de galera, cuando escribía a veces más de una ópera por año y sobretodo se plegaba, aparentemente y a regañadientes a las demandas del público, de los empresarios y de los cantantes.

 

Pudo emanciparse porque para ese momento ya era un hombre inmensamente rico, reconocido en el mundo entero como el más grande compositor de ópera vivo y sabía perfectamente que podía, si le daba la gana, retirarse a vivir de los derechos de representación de sus creaciones, como unos años antes había hecho Rossini.

Fue esa libertad la que le permitió dar vuelo a su creatividad. Primero con la audacia infinita de poner sobre el escenario de La fenice a Rigoletto, la apasionante tragedia de un jorobado que cantaba: a nadie con un poco de sensatez se le ocurriría que Rigoletto está donde está por la donna è mobile.

Con El trovador fue más lejos al escribir una pieza que gira alrededor de la sed de venganza de una gitana; porque si se la oye con cuidado, es la gitana y no el trovador quien jalonea esa catarata de acontecimientos de sangre que hacen de ella una obra maestra.

Y si de jugársela se habla, pues La traviata fue una especie de salto al vacío. Porque en un mundo, romántico, sí, pero puritano también, llevar al escenario a una prostituta, de alto bordo, pero prostituta al fin y al cabo, fue una de las osadías líricas más grandes del siglo XIX, y peor aun cuando todo Europa sabía perfectamente que la Violeta de Traviata era la misma Margarita Gautier de La dama de las camelias de Dumas hijo, y que la Gautier era Marie Duplessis, que fue amante de Dumas, de Liszt y de muchos otros, cuyos restos reposan en Père Lachaise de París.

Con la trilogía popular Verdi dio uno de los pasos fundamentales del desarrollo del arte lírico, porque empezó a cerrar cuidadosamente las puertas del melodrama romántico para adentrarse en las novedades del realismo: ese jorobado que cantaba, esa mujer obsesionada por la venganza y esa prostituta condenada a morir de tuberculosis.

Por eso no hay que extrañarse de que al menos una de esas tres óperas esté en todos los programas de las temporadas de los grandes teatros del mundo. Luego de escribirlas, Verdi pudo entonces dedicarse a concebir obras maestras: Don Carlos, Aída, Ballo in maschera, Falstaff.