Artur Pizarro cerró con broche de oro | El Nuevo Siglo
Viernes, 1 de Marzo de 2013

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

Artur Pizarro aparece en el escenario con esa informalidad de “es que pasaba por aquí y aprovecho para tocar algo en el piano” Viste informalmente, lo que para una mañana de domingo no debería escandalizar y lleva en su derecha un lector electrónico de partituras, que con ese mismo desparpajo instala en el lugar del atril del piano y luego se arrodilla para ubicar una especie de pedal que maneja con su pie izquierdo para pasar las páginas.

Al menos así lo hizo la mañana del pasado domingo en Colsubsidio. Luego de instalarlo saludó al público. Seguramente podría encargar de esa faena a algún tramoyista del teatro. Pero lo hace personalmente porque se lo permite su carisma. No quiero imaginarme, por ejemplo, a Blanca Uribe en la misma faena, tableta en mano y luego entre los pedales del piano ubicando el dichoso pedal. Pizarro se lo puede permitir porque da la sensación de una pasmosa tranquilidad y por lo que decía, tiene un carisma que el público lo capta.

Por lo mismo puede darse el lujo, gracias a la tecnología, de tocar con partitura. Tocar con la nota impresa en el atril, durante el siglo XIX era, quién lo creyera, un deber y una muestra de respeto del intérprete con el público; a Clara Wieck la tildaron de presuntuosa por prescindir de ella en sus presentaciones. Hay quienes alegan que no usarla da alas de libertad al Intérprete y alguien aseguró que para tocar a Debussy hay que tener la partitura en la cabeza y no en el atril. Una discusión inacabable.

Lo cierto es que si Sviatoslav Richter tocaba a veces con partitura, no debe haber delito en el asunto, porque fue uno de los pianistas más grandes de la historia. Pizarro lo hizo el domingo y su concierto fue inolvidable.

Goyescas aplaudidas en exceso

Ignoro si a las directivas de las salas de concierto de Bogotá les preocupa la “aplaudidera” del público entre movimientos (sí, también se hacía en el pasado y era un mal necesario en buena hora superado porque la música gana en unidad).

 

Pues debería preocuparles. Porque es la evidencia de un retroceso en su formación. Porque el único lunar de Las goyescas de Granados que tocó Artur Pizarro fue esa capacidad de una buena fracción del auditorio de mandar a la ruina la magia que el pianista portugués creaba en el piano.

Goyescas es una suite, marcada por una técnica próxima al leit motiv y caracterizada por la sutileza de los finales de sus partes, que más que cerrar páginas las dejan entreabiertas para explorar nuevos mundos y romper esa atmósfera es, para decir lo menos, disparatado.

En el pasado los espontáneos de los aplausos a destiempo intentaban por todos los medios esconder las manos que delataban su inexperiencia en asuntos de conciertos. Hoy no. Las cosas son distintas, insisten en exhibir su ignorancia y no entienden que si el pianista no se pone de pie para recibir el aplauso y a lo sumo les propina una mirada fulminante no hay que insistir con aplausos no bien recibidos.

Pizarro tocó el domingo una versión memorable de Goyescas, muy personal, como debe ser, asombrosa en materia rítmica y con su particular manera de entender la abigarrada polifonía de una composición que él se toma tan en serio que hasta prescindió del Pelele, que muchos colegas suyos si tocan porque distensiona el oscuro clima de los fragmentos finales: la Balada del amor y la muerte y la Serenata del espectro, que son los números más austeros de la suite.

Para evitar el desatinado aplauso recurrió a un truco tan antiguo como el piano mismo: al final de la balada no retiró las manos del piano para poder atacar, sin solución de continuidad la Serenata…

24 preludios OP. 28

La segunda parte del recital trajo la integral de los 24 Preludios op. 28 de Chopin. 24 preludios en todas las tonalidades, algunos tan breves que ni siquiera superan los 22 segundos, y como sus temas son tan ingeniosos y en varios casos más que ingeniosos astutos, los aplaudidores de marras se quedaron con los crespos hechos. A Dios gracias.

Bueno, basta con ver la hoja de vida de Pizarro y sus grabaciones para saber que es un experto en Chopin…. todo pianista debería serlo, por lo menos intentarlo, digo yo.

 

Eso quedó claro el domingo. Pizarro es un verdadero genio recorriendo ese caleidoscopio armónico y emocional que son los 24 preludios, y los toca desde su sensibilidad y desde su manera de entender la música: poético por ejemplo en el popularísimo nº 7 y desbordado en sonoridades al enfrentar el complicado y exigente nº 24 en re menor.

Y para cerrar su actuación, por fuera del programa le regaló a Bogotá una versión inolvidable del segundo de los tres Valses brillantes de Chopin. Que fue su manera de despedirse de Bogotá y, de paso, el broche de oro de uno de los eventos  más importantes de la vida musical de Bogotá: el Festival internacional de grandes pianistas.