Desde los 13 años, la artista nacida en el Puerto de Santa María, España, se propuso romper barreras de género logrando pisar grandes escenarios internacionales
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Desde niña, la andaluza Antonia Jiménez alimentó su pasión por la guitarra flamenca, que se ha convertido en un instrumento de libertad, rompiendo las barreras de un mundo profesional casi exclusivamente masculino
Nacida en Puerto de Santa María (Cádiz), tierra de flamenco del sur de España, Antonia no es de una familia de gitanos, pero ha vivido en este entorno.
"Nosotros somos payos. Yo me crié con gitanos y payos. Vivimos todos iguales, todos mezclados, todos somos pobres", recuerda.
"Realmente en mi casa no se daba demasiado valor al arte. En mi casa no había música. Pero yo nací con esta inquietud musical", explica la artista. Su padre era chófer de autobús y su madre se ocupaba de sus cuatro hijos, de los que ella es la menor.
"Mis padres nunca me tomaron muy en serio, la verdad", en la pasión por la música. "Lo que pasa es que yo era muy insistente", explica Antonia.
A los tres años, Antonia Jiménez vio una guitarra en una tómbola y su madre se la "tuvo que comprar".
"Yo recuerdo la guitarra como un juguete básico. No me gustaba jugar con muñecas ni nada. Había algo muy atractivo para mí en el instrumento, en las cuerdas", rememora.
La guitarra formaría parte ya de su vida, y aprendería a tocarla de manera totalmente autodidacta, inspirándose en virtuosos vistos en la televisión, como el guitarrista Paco de Lucia (1947-2014), uno de los monstruos sagrados del flamenco.
Rodeada de chicos
A los 13 años, prosigue su formación con un "maestro típico que tenía 30 o 40 chicos alrededor", y la acompaña con clases de baile flamenco, lo que le permite ganar sus primeras pesetas.
"Cuando yo fui adolescente tenía unas ganas locas de huir, de correr, de volar" recuerda.
"Poco después a los 18 años ya decidí que quería salir de mi familia y empecé a viajar", desde Noruega a Holanda, pasando por Londres o Japón, donde residió un año y se convirtió en una profesional.
En 2000, la artista andaluza se instala en Madrid y ahí se encontró en el medio del baile flamenco "con una generación de artistas (...), con una mentalidad abierta, con genialidad, juventud y fuerza".
Esos compañeros "me han dado visibilidad", agradece Antonia. "He viajado con ellos alrededor del mundo, a mí me han tratado siempre como un igual". Explica, aludiendo a cantantes como Carmen Linares o Rocío Márquez.
Cuando se le pregunta sobre las discriminaciones padecidas como mujer guitarrista, Antonia Jiménez replica: "¡Me han dicho tantas tonterías! He preferido olvidarlas inmediatamente".
En efecto, en el mundo del flamenco, las mujeres son numerosas como bailarinas y cantantes, pero no como guitarristas.
"Romper una barrera"
"Mi primera dificultad era romper una barrera para entrar en un mundo casi exclusivamente masculino con una competitividad bastante dura", recuerda.
"Soy feminista, claro. Mi trabajo forma parte de una lucha feminista" agrega la artista, para quien el franquismo --la dictadura que rigió España entre 1939 y 1975-- fue "devastador para las mujeres". "Hemos perdido 40 años de evolución", asegura.
La guitarrista fue invitada la semana pasada, por primera vez, como solista en el Festival de Flamenco de Nîmes (sur), una de las principales citas de esta música en Francia.
En la mitad del escenario, vestida integralmente de negro, Antonia Jiménez conquistó al público gracias a su autenticidad, sus composiciones y su "toque" sensible y preciso.