Este bogotano, calificado como un autor de culto en el país, dijo, en diálogo con EL NUEVO SIGLO, que su último libro “es una novela del neogótico de la ciudad industrial contemporánea”.
EL NUEVO SIGLO: ¿La lectura de ficciones en su concepto cómo mejora la vida de los ciudadanos?
MARIO MENDOZA: Se trata de un ejercicio de democracia participativa que te multiplica. Si tú lees una gran cantidad de relatos te puedes convertir en budista, musulmán, ateo, transexual, héroe o villano. Eso te permite ser muchos y en la medida en que te ensanchas, adquieres el poder de pensar desde muchos ángulos, el poder de una perspectiva cubista del mundo que te permite sacar tu vida de un yo quieto, plano e infinitesimal.
ENS: ¿Cómo ha evolucionado su rutina como escritor desde que era estudiante de la Universidad Javeriana hasta la actualidad?
MM: En la medida en que avanzaba fui escribiendo de manera más intempestiva, pero tenía grandes intervalos y no era capaz escribir todos los días porque eso se adquiere con los años. Cuando mi padre muere en el 2003 me demuestra que uno tiene un cronómetro en la nuca. Mi disciplina como escritor es consecuencia de la muerte, saberme finito y vulnerable me hizo entender que tenía el tiempo contado. Para escribir Akelarre por ejemplo tenía rutinas diarias de 10 o 12 horas al día.
ENS: ¿Por qué cerró su blog Proyecto Frankenstein?, en donde interactuaba y escribía constantemente con sus lectores.
MM: La verdad es que cuando perdimos el plebiscito por la paz yo sentí un mazazo en el centro de mi ser. Estaba convencido de que los colombianos teníamos una conciencia del fin de la guerra y pensé que todos estábamos tan al límite del sufrimiento, que estábamos listos para perdonarnos y empezar a construir en equipo. Después perdimos la presidencia de la República y luego perdimos la consulta anticorrupción que es como de no creer, pues es como votar por la corrupción. Todo lo anterior me señaló una puesta en el abismo, por eso me desilusioné y decidí morir frente a eso.
ENS: Lo difícil no es escribir sino encontrarse en lo que se escribe, ¿cómo se encontró a sí mismo en la literatura?
MM: Yo creo que uno va encontrando su propia música y eso es muy difícil porque lo que el narrador tiene para encantar no es una historia o un significado, lo que tiene para encantar es un significante. Esto último tiene que ver con una forma, aunque la forma y el fondo están unidos y amalgamados. En mi caso el ritmo es atropellado, muy rápido y veloz. No me gusta demorarme, ni engolosinarme con las descripciones y prefiero ser directo, aunque para algunos eso no sea escribir bien.
ENS: Teniendo en cuenta que en sus libros existen varios asesinos, ¿cree que el homicidio puede ser concebido de manera artística?
MM: Por supuesto, hay muchos asesinos que hay que entenderlos y explicarlos desde la estética. En la mayoría de estaciones europeas y norteamericanas hay un experto en estética. Esto es porque un Serial Killer (asesino serial) suele tener un patrón entre víctima y víctima. Le gustan las mujeres altas, delgadas, entre ciertas edades y siente inclinaciones por destrozarlas o abrirles el abdomen, justamente como Jack el Destripador. Estas mentalidades están metidas en el plano del performance y conciben el crimen desde Eros y Thanatos, dos fuerzas que pueden ser analizadas desde la belleza artística.
ENS: ¿Qué le gusta hacer aparte de leer y escribir?
MM: Fui un gran atleta, pero ya no (risas). Corrí 10 mil metros y fui un gran jugador de Scuash, era peligroso, agresivo y lo practiqué durante 25 años. Monto en bicicleta todavía y algunas veces corro o voy al gimnasio, pero mi cuerpo ya no me responde. La escritura tan disciplinada terminó pasándome una cuenta de cobro muy alta. Pienso que hay una gran relación entre los artistas y deportistas porque tienen todo en contra ¿Qué tienen a favor? Se juegan el pellejo y hacen una apuesta con la vida de todo o nada.
ENS: ¿Que encontrarán los lectores en ‘Akelarre’?
MM: Esta novela es la más dura que he escrito. El final es tremendo y el lector debe tener pulmones, aguante y estómago de plomo para soportar los últimos capítulos. Es una novela del neogótico de la ciudad industrial contemporánea. Es un relato de brujas, videntes y de asesinos seriales. Todo eso se funde en el nuevo arquetipo de ciudad contemporánea que es la ciudad tercermundista ¿Cómo definir esa ciudad caótica? Esa es la obsesión de esta novela que también atraviesa la brujería medieval, un tema que me apasiona mucho.
ENS: ¿Es verdad que usted empezó a escribir periodismo en EL NUEVO SIGLO?
MM: Yo empecé escribiendo con Santiago Gamboa en El Nuevo Siglo en los años 90 gracias a Ximena Fidalgo, quien nos dio la oportunidad de publicar en las páginas dominicales de Siglorama. En ese momento yo era profesor de literatura y Santiago me enviaba sus textos desde París con el fin de publicarlos en los medios locales… guardo una deuda de gratitud con el periódico porque fue el primero que nos abrió las puertas.
En esa época estaba de director Álvaro Gómez Hurtado, un intelectual de primera, muy culto y con una trayectoria en periodismo impactante. Alguna tarde en que iba a dejar mis textos al Diario tuve la posibilidad de que él me llamara a su oficina y me hiciera unas correcciones y unas críticas a un texto que nunca olvidé, porque ese fue uno de los momentos clave en mi carrera.