A los periodistas, con sobrada razón, les gusta recuperar del olvido sus trabajos. Para ello seleccionan artículos y columnas que vuelven a ver la luz en forma de libros. Aunque lo parecen, no siempre son libros. Pero cumplen el cometido de darle a sus escritos una segunda oportunidad.
El caso de Conversaciones con la música del chileno Juan Antonio Muñoz, editor cultural y crítico musical del diario El Mercurio es una excepción. Porque a instancias de sus amigos, finalmente se animó a revisar el archivo de las entrevistas que ha realizado a lo largo de su vida profesional con músicos internacionales y de su país para publicarlas, claro, con la editorial del su periódico. El libro, porque lo es, recoge 70, realizadas a lo largo de treinta años. 70 retratos. 70 retratos que se confabulan para armar un autorretrato del autor.
El lanzamiento ocurrió en noviembre de 2018 en la Sala Arrau del Teatro Municipal de Santiago. De su existencia me enteré no mucho más tarde.
Como ya había disfrutado su El canto de los siglos de 2010 y procuro estar atento a todo lo que escribe, porque es un gran analista musical y escribe con buen gusto y envidiable elegancia, tenía muchísimo interés en estas Conversaciones.
Pensé que la Feria del libro de Bogotá Filbo 2019 era la gran oportunidad porque Chile montó un enorme pabellón para promocionar su industria editorial. Filbo en Bogotá es un evento multitudinario, más de entretenimiento que cultural, no nos digamos mentiras. Los trancones son inimaginables, parqueaderos a tope, colas eternas para ingresar. Finalmente, ya en el enorme pabellón Chile, la gran decepción… ni las Conversaciones ni nada sobre la vida musical chilena: ni siquiera una buena biografía de Ramón Vinay o de Claudio Arrau.
Iba a protestar, pero, qué cobarde, me intimidó el artículo de uno de nuestros intelectuales contra los incapaces de ver la maravilla de la feria. Sí qué cobarde. Porque en materia de música Filbo nunca ofrece nada, rebelarse debería ser un derecho, hasta podría ser un deber.
Toda esta obertura para decir que finalmente Conversaciones con la Música ha llegado a mis manos. Supera por completo cualquier expectativa. Es el autorretrato de Muñoz.
Chile musical
La lectura nos pone ante la evidencia de la importancia, nacional e internacional de la vida musical en Santiago, cuyo epicentro es el Teatro Municipal, justo donde se hizo el lanzamiento del libro. Eso no es gratuito. El país austral ha escrito grandes capítulos de la historia, con figurones de la talla del tenor Ramón Vinay y el pianista Claudio Arrau.
A la saga de ellos, personajes de enorme reputación, muchos en el elenco de 70 protagonistas del libro: el pianista Alfredo Perl, las sopranos Verónica Villarroel o Cristina Gallardo-Dômas. Tan intensa la vida musical de Santiago que Fiorenza Cossotto, una de las más grandes verdianas del siglo XX, visitó el Municipal en 1986 para cantar Amneris de Aída y regresó dos años más tarde para hacer Azucena del Trovador. Queda flotando la sensación de que las cosas están a la altura de Buenos Aires, pero más discretamente.
Un autorretrato
Evidentemente la gran pasión del autor es la ópera. 41 de los 70 retratos son cantantes, 13 directores de orquesta, 9 solistas instrumentales y 7 compositores. Hay un asunto de atavismos y sensibilidad musical y personal. Se sabe que siendo niño participó como miembro del coro infantil en interpretaciones de la Pasión según san Mateo de Bach, su alter ego es Hamlet, sin duda un homenaje a su compatriota, y en cierta medida mentor de juventud, Mario Hamlet-Metz, chileno, autoridad internacional en materia operística, de quien debió aprender el disfrute del canto de la Callas, que es toda una referencia a lo largo del libro.
Ahí no termina el asunto. Muñoz está casado con la soprano Magdalena Amenábar, hija del compositor Juan Amenábar, ella es una autoridad en interpretación de eso que llaman Música antigua, un encasillamiento que varias veces es puesto en entredicho en su libro.
Lo demás es rigor intelectual, disciplina y sensibilidad. Lo cierto es que a lo largo 70 retratos, uno como lector arma, a la manera de un rompecabezas la personalidad musical del autor, su preocupación por la sinceridad de la interpretación, el interés por la faceta más metafísica del arte sonoro que es el silencio, la necesidad de entender la ópera como un acto teatral, no en vano aquí y allá surge como por arte de magia el nombre de Shakespeare. Más de una vez plantea a sus contertulios la descontextualización de las óperas, la importancia de decir más que cantar. También la posibilidad -especialmente cuando conversa con estilistas del renacimiento y barroco- de que la verdad estética no sea sólo una.
Nos deja la certeza de que no se encasilla. Por igual le interesan, Monteverdi, Reimann, Verdi, Puccini, Wagner o Donizetti. Sólo le importa que se hagan bien, con respeto y con imaginación.
El elenco y sus revelaciones
Entrevistar músicos no es fácil. Porque casi siempre se hace en circunstancias adversas, cuando se preparan para un concierto o al día siguiente, en medio de una serie de presentaciones, la víspera de un estreno o cuando ya alistan maletas para seguir de gira. Si a ello se le añade el temperamento del divo o el de la diva, ya me dirán.
Cada entrevista es una aventura. Cossotto en el aeropuerto de Santiago, de malas pulgas porque su vuelo se retrasó y no llegó el equipaje; en medio del disgusto revela que en su maleta venían vestidos de noche, uno en particular, de seda natural, que cuesta más de un millón de liras. Más adelante, medio relajada, confesó algo más revelador cuando le pregunta si le interesan los recitales: ¡No! Para mi es vital el teatro. Antes de cantar ópera hice tantos conciertos que quedé hastiada.
La con la legendaria soprano sueca Birgit Nilsson hubo toda una faena porque se hizo como en los viejos tiempos epistolares. Muñoz la carteó con tal sutileza que la más grande Isolda, tal vez de la historia fue al grano cuando habló de sus grandes directores: Fritz Busch es mi gran mentor y maestro […] Solti era muy disciplinado y también aprendí mucho de él […] Karl Böhm tenía un carácter desigual, pero era un gran director de cantantes. Karajan era ocasionalmente bueno, pero estaba demasiado enamorado de sí mismo. ¡Qué tal!
Al rumano Chelibidache, quizá el más grande especialista que hubo para dirigir Bruckner, no le tembló la voz para afirmar, No tengo ninguna estima por Mahler como compositor. Es un músico que sabe empezar, pero no terminar. Con la ópera aún más contundente: No me interesa la ópera. No existe la posibilidad de combinar la palabra y el sonido. Si usted me condenara a cinco años de cárcel, inmediatamente pienso en las cuatro horas y media que dura “Tristán” y prefiero la cárcel.
A lo largo de 574 páginas desfila buena parte de lo más granado de la música de las últimas décadas. Muñoz lleva al lector, de su mano, por medio mundo. Los textos dejan flotando en el aire las condiciones de cada encuentro y su atmósfera, nos llega el aroma del café con Elīna Garanča en las inmediaciones de la Plaza de la Bastilla en París y la contundencia, entre seria y divertida, de sus respuestas. También que una es la Anna Netrebko del escenario, un verdadero huracán, y otra la de las bambalinas; menos espontánea deja la sensación de seguir un libreto cuidadosamente confeccionado.
Cada artista tiene el tratamiento que merece. A la soprano Gallardo-Dômas con una maravillosa mezcla de respeto y admiración, es obvio que cada cosa que ella dice, o confiesa, merece toda la atención del mundo.
Pero, por encima de todos, se yergue el tenor alemán Jonas Kaufmann. Le concede más espacio que a cualquiera de sus colegas: 25 páginas. No es un capricho, eso queda claro en el texto de presentación: Es un gran actor-cantante y liederista de estatura histórica. No se equivoca. 25 páginas para hablar de evolución vocal, de atavismos que llevan la voz del alemán al arte de Giuseppe de Luca, de inteligencia en los ciclos de Lieder de Schubert que van paralelos con su propia vida. Kaufmann manifiesta que Actuar no significa pretender ser alguien. Actuar significa deslizarse como un guante en un personaje y vivirlo.
Además de los mencionados, desfila Alfredo Kraus, María Guleghina, Juan Diego Flórez, Fedora Barbieri, Diana Damarau, Leo Nucci, Sylvia Sass, Fredericka von Stade, Franz Welser-Möst, Simon Rattle, Jordi Savall, Wolfgang Savallisch, Joaquín Achúcarro, Alicia de Larrocha que con claridad meridiana explica la diferencia entre Granados y Albéniz, Itzhak Perlmann, Rosalyn Tureck, los compositores Pierre Boulez, John Tavener, Ennio Morricone y Mikis Theodorakis.
Se trata de una aproximación seria a la música porque está hecha con sensibilidad, sin pedanterías y sí con mucha inteligencia.
Si los chilenos de la feria no trajeron estas Conversaciones el año pasado, queda Amazon.
Que para algo sirva la modernidad.