La historia de uno de los pilotos investigado por el bombardeo en que murieron 17 civiles en Arauca en 2008 y su valiente esposa
“Y vivieron felices para siempre”. Así terminan todas las historias de amor de los cuentos de hadas, menos la de Liliana Quintero y César Romero, uno de los cuatro militares de la Fuerza Aérea Colombiana (FAC) que fue sentenciado a 31 años de prisión por haber “bombardeado y matado a 17 civiles en el caserío Santo Domingo”. Este cuento de amor, aún no ha llegado a su final feliz.
La princesa de este cuento tiene un corazón que no le cabe en el pecho. Hace 12 años demostró cuán grande era su amor por el capitán que volaba helicópteros de la FAC, cuando le dio el “sí” en medio de una investigación que se reabría por el supuesto asesinato de unos campesinos en medio de los combates con las Farc en Arauca. “Nosotros llevábamos ya 7 años de novios y siempre estuve tan segura de que él era inocente, que por eso decidí casarme. Además, yo llegué al altar absolutamente enamorada”, dice Liliana.
Pero más que el corazón, lo que tiene verdaderamente grande son esos “cojones” que muchas mujeres cargan en este país, aunque de manera invisible. “Ella es realmente una mujer muy valiente. Otra en su caso habría salido corriendo y no se había metido en este rollo. Yo le doy gracias a Dios por la esposa que me puso en el camino, porque su amor es de verdad incondicional”, asegura el capitán, que jamás pudo ascender en su carrera militar, porque a pesar de haber pertenecido 22 años a la institución, la investigación lo dejó en el mismo grado y con el mismo sueldo durante todos estos años.
Muchos podrían pensar cómo unos padres le entregan su hija a un hombre de dudoso proceder. Pues sí, Liliana llegó al altar con todas las de la ley. Con un hermoso vestido blanco, una maravillosa fiesta y la bendición de su papá. “El día que yo pedí la mano de Liliana le dije al suegro: tómese un aguardientico que tengo algo muy serio que decirle. Y cuando le dije me quiero casar con su hija, él me abrazo y me dijo cuídemela como a una princesa, mijo”, recuerda en medio de risas el príncipe de esta historia.
“Mi papá siempre supo que él era un buen hombre. Hasta el día que se estaba muriendo preguntaba por César y no por sus tres hijas”, recuerda ella en medio de lágrimas de amor porque -asegura- que la vida no le pudo regalar un padre más bueno que el suyo.
El pacto
La pareja de esposos había tomado una sabia decisión. “Hicimos el pacto de no tener hijos hasta que toda la investigación quedara cerrada y lo declararan inocente”, recuerda Liliana. Pero las ganas les pudieron más. “A mí se me partió el corazón un día que visitamos unos amigos que tenían una bebé. César miraba muy callado cómo disfrutaban de su nena y me preguntó: ¿eso nunca lo vamos a poder tener, cierto?”. Esa pregunta cambió todo y el pacto se derrumbó para darle paso a una nueva promesa. “Yo lo abrace y le dije: claro que sí mi amor, vamos a tener un bebé y te prometo que pase lo que pase, estés libre o no, yo siempre lo voy a cuidar”, relata esta abogada que, en el fondo, estaba segura de que siempre estarían juntos, porque conocía perfectamente las leyes justas de este país.
Fue así como hicieron la tarea y llegó Pablo, que actualmente tiene 7 años. Pero la cosa no paró allí, unos años después se animaron a llamar a la cigüeña de nuevo y nació Juliana, que ahora tiene 4 añitos. “Estábamos en una etapa del juicio en la que realmente vimos una luz porque había pruebas tan evidentes que decidimos tener otro hijo”, dice Liliana.
Sin embargo, esa luz se apagó porque el fallo fue contundente y le daba al capitán seis años de detención domiciliaria. “Ese día lloramos tanto los dos abrazados, porque ya teníamos sospechas de que estaba embarazada y, efectivamente, dos días después del fallo el examen de sangre salió positivo. Nuestra Juliana ya venía en camino”, recuerda ella.
Afortunadamente, aún quedaban más instancias para apelar ese fallo. “Yo habría podido aceptar esa sentencia y quedarme preso en casa al lado de mis hijos, pero no podía aceptar ser culpable de algo que no hice. Yo soy inocente”, asegura el capitán, que finalmente apeló con la esperanza de que la justicia llegaría para ver crecer a sus pequeños como Dios manda, con la paz y la alegría que un padre debe guardar en su corazón, pero sobre todo con la frente en alto.
Sigue el proceso
Después de esa primera apelación, la tragedia fue peor. En el 2009, el juez casi que multiplicó por seis la primera condena. Ya no eran 6 años, ahora serían 33 los que César Romero Pradilla debía estar en prisión. “Esa noticia fue devastadora. Nosotros acabábamos de llegar de una fiesta infantil con los niños y nos empezaron a llamar los amigos y la familia para que prendiéramos las noticias. La vimos juntos por televisión y nuevamente nos bañamos en un mar de lágrimas. Yo miraba a mis hijos y pensaba ahora qué les voy a decir, cómo les explico que su papá no va a estar más con nosotros”, relata la esposa.
Pero nuevamente la mano de Dios estaba sobre su hogar. Como aún tenía la posibilidad de llegar a una última instancia, que en este caso es la Corte Suprema de Justicia, le dieron libertad condicional y la calma volvió. El capitán seguiría, en medio de la incertidumbre como todos estos años, junto a sus hijos y a su esposa por lo menos un tiempo más.
Cuestión de fe
Aseguran ambos que Dios ha sido su eterna luz, médico, sicólogo y abogado durante esta terrible etapa de sus vidas. “A nosotros esta tragedia definitivamente nos ha acercado a Dios piel a piel. Hoy en día hago mi vida normal, trabajo volando y ya no pienso en el juicio, porque ese ya no es mi problema. Se lo entregué a Dios”, dice César con la absoluta certeza de que en pocos meses la Corte Suprema de Justicia le regrese el nombre y la dignidad. Más aún cuando hace unas semanas se conoció un nuevo fallo de un juez penal especializado de Arauca, que responsabiliza como único autor de la muerte de 17 civiles al guerrillero alias “Grannobles”, en los hechos ocurridos el 13 de diciembre del 2008 en Santo Domingo, Arauca.
Y mientras César le entregó esa pesada maleta a Dios, Liliana hizo lo suyo. “Yo le prometí al Señor del cielo que le dedico mi vida a su servicio, a cambio de la libertad de César y estoy esperando la respuesta”. Respuesta que seguramente les permitirá, por fin, tener la luna de miel que aún se deben y decir por fin: “…y vivieron felices para siempre”.
Mabel Kremmer