En noviembre pasado el presidente venezolano Nicolás Maduro se mostraba dispuesto a una reunión urgente con su homólogo colombiano Juan Manuel Santos para tratar el tema del cierre de la frontera, ordenado por Caracas intempestivamente en agosto.
La Casa de Nariño respondió que en ese momento era imposible esa reunión ya que Santos tenía un viaje programado a Europa y su agenda se encontraba muy llena. La postura colombiana sorprendió por cuanto se pensaba que Santos aceptaría reunirse con Maduro, toda vez que la crisis en los departamentos limítrofes luego de tres meses de bloqueo fronterizo se agravaba cada día más.
Si bien ya para entonces se había controlado la emergencia humanitaria generada por la deportación de más de 1.500 colombianos y el éxodo forzado de 13.000 más por miedo a ser blanco de la expulsión, confiscación de sus bienes y destrucción de sus casas, la problemática económica, social y familiar se mantenía por cuanto gran parte de la actividad comercial de la zona dependía del intercambio con Venezuela.
Como se sabe, el 7 de septiembre el gobierno Santos declaró un Estado de Emergencia Económica, Social y Ecológica en 40 municipios de La Guajira, Cesar, Norte de Santander, Boyacá, Arauca, Vichada y Guanía. Si bien se tomaron muchas medidas, la gran mayoría eran de efecto temporal.
Frente a ello, la negativa de la Casa de Nariño a la reunión con Maduro tuvo varias lecturas. Para algunos analistas el gobierno Santos temía que Maduro utilizara la cumbre presidencial en la frontera para tratar de sacar algún rédito político interno de cara a las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre. No hay que olvidar que la mayoría de los estados venezolanos fronterizos con Colombia, en varios de cuyos municipios Caracas decretó el “estado de excepción”, eran fortines políticos y electorales de la oposición, y allí Maduro tenía urgencia de lograr apoyos a los candidatos del oficialismo, sobre todo porque las encuestas avizoraban una paliza a este.
Una segunda hipótesis giró en torno a que Bogotá no le veía ningún tipo de utilidad a una reunión con el presidente venezolano, pues todos los compromisos que había asumido Maduro en la anterior cumbre con Santos, en Ecuador, fueron incumplidos por Caracas, especialmente la flexibilización del bloqueo fronterizo, la investigación de los atropellos a los colombianos deportados y la entrega de sus bienes, entre otros. Si bien hubo reuniones de alto nivel entre las cancillerías y varios ministros, al final ninguna de ellas llevó a que se levantara el cierre limítrofe. Todo lo contrario, Caracas amplió el bloqueo y hasta llegó a condicionar la reapertura de la frontera a que se lograra la paz definitiva en Colombia, dando a entender que el cierre iba para largo.
Incluso, como tercera hipótesis, se alcanzó a señalar en los corrillos políticos que Santos no se reunía con Maduro para no darle ‘papaya’ al uribismo que estaba claramente alineado con la oposición venezolana y acusaba a la Casa de Nariño de tener una posición tibia frente a los abusos del régimen chavista.
Nuevo mapa
Lo cierto es que la reunión Santos Maduro no se dio en noviembre y tampoco en diciembre, tras la dura derrota que sufrió el chavismo a manos de la coalición opositora, que logró una mayoría de 112 escaños en la Asamblea Nacional, contra apenas 55 del oficialismo, quitándole así el dominio del poder legislativo que había ostentado en los últimos 13 años.
El nuevo mapa político en Venezuela es claro que tiene y tendrá repercusiones en las relaciones con Colombia. De un lado, la oposición siempre consideró que el régimen chavista había cerrado la frontera para tender una ‘cortina de humo’ que distrajera a los venezolanos de la gravedad de la crisis política, económica y social creada por la gestión gubernamental. También se señaló que lo que el chavismo buscaba, con el cierre, era afectar el apoyo político y electoral que tenía la oposición en los estados limítrofes con nuestro país.
Precisamente, tras su triunfo contundente en las urnas, varios de los diputados electos por la Mesa de Unidad Democrática (MUD) –la coalición opositora- exigieron a Maduro levantar el cierre fronterizo e incluso le interpusieron una demanda judicial al considerar que el efecto de los decretos respectivos había terminado a mediados de diciembre.
También ha sido claro que en Caracas varios voceros chavistas consideran que no sólo el uribismo sino parte de los partidos de la coalición santista se han alineado ya con la oposición venezolana, sin que la Casa de Nariño lo haya evitado.
Esa molestia del Palacio de Miraflores frente a la administración Santos sería la razón de fondo para que el gobierno Maduro, según trascendió hace dos semanas, haya decidido suspender sus “buenos oficios” en el proceso de diálogo secreto entre el gobierno Santos y el Eln, cuya cúpula, se sabe, permanece refugiada en ese país con anuencia de Bogotá.
Panorama movedizo
¿Con una Asamblea en manos de la oposición y el gobierno en cabeza del chavismo, la estrategia diplomática de Bogotá debe variar frente a Caracas? Esa es la pregunta. Interrogante que se acrecienta al ser obvio que pueden sobrevenir más cambios en Venezuela en el corto plazo, toda vez que la MUD anunció que desde el Legislativo buscará proyectar, en menos de seis meses, una estrategia constitucional para forzar la salida de Maduro. Este, incluso, aceptó ya el desafío de un referendo revocatorio.
Así las cosas, todo hace indicar que una reunión Santos-Maduro en estos momentos no parece convenirle al gobierno colombiano porque el ambiente político todavía está muy caldeado en Venezuela y cualquier cosa puede pasar. Lo mejor sería esperar a que se aclare el panorama para maniobrar así con más seguridad política y diplomática.
Claro, la frontera sigue cerrada y a Colombia le urge que acabe ese bloqueo. Sin embargo, nada garantiza que una cumbre presidencial ayude a superar la crisis generada por Caracas, que incluso anunció semanas atrás que enviaría a la zona fuerzas militares élite para combatir presuntos paramilitares. Ya, tras la cumbre de Quito, se pensaba que Maduro propiciaría una normalización en la zona limítrofe pero al final todo siguió igual.