La vía que conduce desde el aeropuerto de Maiquetía a Caracas, y que vive atiborrada de autos los domingos en la tarde, cuando los caraqueños van a tomar el sol en las soleadas playas de la Guaira, está extrañamente desocupada en ambas direcciones.
Un viaje desde el aeropuerto hasta el hotel en Chacao que he hecho en centenar de ocasiones y que por lo general toma hora y media, lo hago en tan solo veinte y cinco minutos.
Más extraño me parece que en un día domingo, la plaza de comidas del centro comercial Sambil, el número uno en Caracas, está también casi desocupada. Pienso que a lo mejor es por el tremendo calor que se siente, ya que no hay aire acondicionado y la mayoría de las tiendas están cerradas. No hay tampoco cines porque les suspenden el servicio eléctrico a las siete de la noche y hay cortes de luz en cualquier momento.
En un restaurante de comida italiana que está con muy pocos comensales decido almorzar. El mesero me informa que no hay agua en botella ni café y que solo puedo ordenar un par de platillos. Raro en un restaurante que es parte de una conocida franquicia mundial.
Una señora se me acerca, en compañía de sus dos pequeños hijos, y me pide una limosna. Me dice de manera pausada y con ese armónico y agradable deje de mujer culta caraqueña. “Mire señor. No es mi costumbre pedirle a nadie dinero. Lo hago porque usted me parece un señor a quien puedo hablarle. Discúlpeme por favor”. La miro y me quita su mirada y se esfuma una vez le doy dos billetes de cien bolívares, los de mayor denominación en Venezuela y que por la alta inflación solo equivalen a trecientos pesos colombianos.
El tema hubiera pasado desapercibido si no es porque pronto me percato que había al menos una decena de señoras con sus hijos en la misma situación. Hace más de veinte años viajo a Caracas y es la primera vez que veo esta triste escena en un país rico, de gente amable.
Las colas
Es lunes y, de camino a las oficinas en donde tengo reunión, veo una enorme cola como de cinco cuadras. Es la cola para entrar a una panadería y comprar apenas una canilla de pan. Un joven les dice a las personas con un aire triste: “Ya se acabó, vuelvan en la tarde, a las cinco se abre de nuevo”. Las personas con abnegación aceptan la noticia, pero no se sale ninguna de la cola. Nadie lo hace. Es preferible esperar otras ocho horas que quedarse sin pan para sus hijos.
El edificio en donde tengo la reunión es vecino de un supermercado. Me tardo casi una hora en poder ingresar a las oficinas. Todo porque esta vez me encuentro con otra cola, esta de casi unas diez cuadras para entrar a este supermercado. La gente sale de este con pocas bolsas. Compran lo que se encuentre y lo que les vendan. A la salida se aglomera la gente cambiando, a manera de trueque, alimentos y elementos de aseo. “Cambio una barra de dientes por tres toallas higiénicas” grita una señora y al instante se le acerca una veintena de desesperadas mujeres. “Necesito pañales” grita una joven y “los cambio por un tarro de leche”. Adentro, les venden a las madres pañales por unidades pero siempre y cuando muestren el registro de nacimiento de su hijo y con un ‘caza-huellas’ controlan que no adquieran más de cinco por mes.
Hambre diaria
La gente en Venezuela se está muriendo de hambre. Hay una crisis humanitaria sin antecedentes en América. Lo que he visto es una economía de guerra.
La gente se muere de hambre porque el salario mínimo en Venezuela es de 16.000 bolívares y una hamburguesa con papas y gaseosa cuesta 4.000. Es decir el salario mínimo mensual solo alcanza para cuatro hamburguesas en el mes.
Es tal la inflación que para pagar un taxi al aeropuerto es menester pagar con trecientos billetes de veinte bolívares, que son los que se consiguen. Las personas tienen que cargar maletines repletos de dinero que no valen nada, billetes que ya nadie quiere recibir.
Para ilustrar cómo ha sido la inflación en un año, la carrera mínima de un taxi que en junio del año pasado valía 150 bolívares, hoy cuesta 1.000.
Al llegar a la reunión que tenía prevista no tengo corazón para tratar tema alguno diferente a preguntarles a los presentes acerca de su situación particular ¿Cómo hablar de planes de ventas o de mercadeo con personas que literalmente se están muriendo de hambre? Algunas se sinceran.
Me dicen que ya no comen sino dos veces al día porque no se consiguen alimentos. “Nos turnamos en la oficina para hacer colas y comprar lo poco que se vende y luego repartirlo entre los compañeros”, agrega uno de ellos.
Se decidió dar a las personas un bono de alimentación que mejor parece sería de supervivencia. No se sabe para cuánto les alcanzará. No es una cuestión de ventas, es una estrategia moral y no económica.
Contrastes
Pero si conseguir alimentos se convirtió en una carrera de subsistencia, conseguir medicinas es una carrera contra la muerte.
Empecemos por decir que no hay leche para los niños. Los diabéticos no consiguen insulina, los hipertensos no consiguen droga alguna tampoco. No hay cirugías programadas en los hospitales. Tengo, incluso, una enorme lista de encargos de medicinas que no se consiguen en Venezuela y sé de gente buena que quiere ayudar. El tema es que el Gobierno venezolano no permite enviarlas por correo, así que tendremos que encontrar otros medios.
Entre tanto, en la televisión venezolana solo se transmite una descarada publicidad del régimen en donde se destacan las declaraciones de la canciller venezolana en la OEA con la falaz afirmación de que nunca había habido tanta abundancia en el país. También hay programas en donde se anima a las personas a hacer su propio desodorante y a consumir “comida sana” como mangos y otras frutas que se consiguen de manera fácil.
De regreso en el aeropuerto duele ver más de cuarenta Jets súper ejecutivos. Son los aviones de quienes ostentan el poder. Los ministros, diputados chavistas, los llamados “Boliburgueses”, aquellos que compran en Miami, en Europa, en Medellín y en Bogotá. Los dueños de los dólares que ingresan a Venezuela, mientras al 99% de la población los mantienen emitiendo dinero que no vale nada y que dispara la inflación, el impuesto más despiadado para los pobres.
¿Cómo lo hacen? Primero con un discurso que gira alrededor del mito, Chávez. Atemorizando a la población, coartando sus libertades y derechos ciudadanos, creando enemigos imaginarios que tienen como propósito invadir a Venezuela y perpetrar un magnicidio. No se respetan las reglas de juego, desconocen su propia Constitución o la acomodan a sus ambiciones. Hay milicias armadas que actúan cuando alguien protesta para callarlo mediante la agresión física y armada, y luego imputarle el delito de rebelión y de querer dar un golpe de estado.
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