Por Clara Carolina Jiménez González (*)
LAS últimas semanas el continente ha tenido como tema en la agenda la reactivación de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Esto desde la Cumbre de las Américas dada en Panamá, cuya imagen central que dio la vuelta al mundo, fue la foto de los presidentes Barack Obama y Raúl Castro dándose un apretón de manos.
Sin embargo, esto era lo que todos los participantes de la cumbre y el mundo esperaban, pues las conversaciones entre los dos países se venían dando desde diciembre del año pasado. No por nada esta vez se había invitado a este país a la cumbre decidiendo asistir. No obstante, es necesario brevemente hacer mención de las implicaciones económicas y sociales que tiene esta nueva relación después de 56 años.
Si bien por un lado aún no se ha dado el desembargo de la isla por parte de Estados Unidos, sí se han dado conversaciones y negociaciones sobre la apertura económica de Cuba, donde aparentemente todos apuntan a un gana-gana, en el que Cuba tendría la posibilidad de acceder a TICS, carros modernos, mejoras en infraestructura y otras trasformaciones sociales. Esta apertura económica conllevaría a su vez a una apertura de intercambios culturales, donde se aumentaría el turismo y con ello los ingresos del país. Por otro lado, según el informe del servicio geológico del gobierno de Estados Unidos, Cuba le aportaría al mundo petróleo y minerales, específicamente níquel, siendo este uno de los mayores productores en el mundo.
Lo anterior a simple vista evidencia que sí es posible una negociación donde todos ganan. Ello no es tan sencillo, ya que como se ha expuesto en diferentes medios, Cuba no solo requiere el desembargo, sino una inversión de al menos 8.000 millones de dólares para implementar 246 proyectos de desarrollo, que colaboren a que la isla se involucre en las dinámicas del siglo XXI, pues para si quiera nombrar unos ejemplos de esto y las necesidades que se tienen, más del 50% de la infraestructura habitacional está deteriorada, menos del 3% de los hogares cuentan con internet y la mayoría de sus carros son modelo 50, entre otras.
Por su parte en Estados Unidos hay inversionistas interesados en adquirir finca raíz en Cuba, para hacer de ello un negocio rentable. La estrategia es comprar propiedades por medio de migrantes cubanos, las cuales buscarán vender por un valor que supere 3 o 4 veces el valor inicial una vez abierto el intercambio comercial y levantado el embargo, y de esta manera sacar provecho de como mucho de ello lo llaman “un país virgen”.
A pesar de todo lo anterior, una apertura económica no requiere necesariamente un cambio del sistema de gobierno cubano, ni la liberación de los presos políticos, ni mucho menos la plena libertad de pensamiento para los cubanos; es decir, es como si se buscará la convivencia de dos modelos dentro de un mismo territorio, en este caso, uno de ellos el liberal que promueve la libertad de oferta y demanda, donde ya los ciudadanos podrán adquirir conforme a sus ingresos y no con los permisos que el gobierno les proporcione.
Ahora bien, es bueno preguntarse, por un lado, qué pueden estar pensando los cubanos y, por otro, qué está sucediendo con el poder legislativo en EE.UU. frente a esta situación.
Para darse una idea del primer punto, se debe recordar que si bien Cuba se quedó en los años 50, sus ciudadanos han contado con educación, salud y lo mínimo necesario para sobrevivir y tener una digna calidad de vida. ¿Por qué querrían ahora a cambio de saltar al siglo XXI, específicamente al año 2015, adentrarse a ese modelo de demanda y oferta, donde no todos con sus ingresos podrán tener un iphone o una Ford Escape?
Por otro lado, en EE.UU. el representante a la Cámara por el partido republicano, Mario Díaz-Balart, ha propuesto un proyecto de ley donde se mantenga la importación de productos cubanos, como puros y ron, pero no se permita viajar libremente a la isla, es decir, lo que pretende es un bloqueo a los nuevos vuelos y cruceros a Cuba, demostrando con esto que no desean ir más allá de un intercambio comercial. La apertura se presentaría de manera escalonada, encontrando oposición en diferentes frentes, lo cual no facilitaría deducir los resultados de este proceso entre los dos Estados a un largo plazo.
Para concluir, es evidente que aunque EE.UU. ha reducido su imagen hegemónica en el mundo y en el continente, sigue siendo el país más influyente de la región, logrando poner a Cuba dentro de la agenda política y comercial. Sin embargo, vale la pena preguntarse si lo que se busca es que Cuba haga parte del continente y sus dinámicas de mercado o democratizar Cuba, mediante las dinámicas de mercado.
(*) Politóloga. Investigadora de la Línea de Teoría y Práctica de las Políticas Públicas de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.