Por Giovanni E. Reyes(*)
LA noche del 5 de octubre ha disipado ya las incertidumbres sobre la disyuntiva electoral que les espera a los votantes brasileños: la continuidad del gobierno de Dilma Rousseff o las esperanzas –sin menoscabo de perplejidades, dudas o expectativas- que trae Aécio Neves, quien fuera nieto de un presidente de Brasil electo, que nunca llegó a posesionarse. En efecto, Tancredo Neves fue electo en las elecciones presidenciales de 1985, pero falleció a los 75 años de edad, el 21 de abril de ese año, motivo por el cual no pudo prácticamente ejercer la presidencia.
El hecho de que el abuelo del hoy aspirante a la presidencia haya visto frustradas las aspiraciones de poder concretar un mandato presidencial que ya había obtenido del electorado de Brasil, no deja de ser una de las cartas de presentación del nieto que ahora pasa a segunda vuelta electoral, a realizarse el 26 de octubre. El Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) que apoya a Neves ha reiterado el llamamiento de que se trataría de una “deuda” de la historia que tiene esa agrupación política.
A esos señalamientos relacionados con resabios históricos -que habría que “recuperar”- el PSDB agrega que fue esa colectividad la que mediante los dos períodos presidenciales de Henrique Cardoso -quien gobernó del 1 de enero de 1995 al 1 de enero de 2002- que se estableció un freno sostenido de la inflación galopante que agobió a Brasil a principios de los años noventa.
Mediante ese logro esencial se conformaron las bases para el crecimiento económico y la producción que –con un enfoque más social- ha permitido al Partido de los Trabajadores (PT) de Lula Da Silva y Rousseff, hacer que unos 30 millones de brasileños hayan dejado las condiciones de pobreza y se incorporen, expectantes, a las emergentes clases medias de este vasto país de 8.5 millones de kilómetros cuadrados.
Rousseff sabe de esas posturas y de los elementos que la oposición trata de hacer permear en una volátil percepción del electorado. Para ilustrar lo de cambiante, nótese cómo Marina Silva, la otra opción de los opositores, vio subir como espuma, las simpatías de los votantes con el impacto que siguió al trágico accidente del 13 de agosto pasado, el que costó la vida de quien era hasta ese entonces el candidato presidencial: Eduardo Campos. Es por ello que Silva –quien era la candidata vice-presidencial hasta ese momento- encabezó la opción que presentaba el Partido Socialista de Brasil (PSB).
Neves sabe que la oposición en su totalidad se hizo con 56.7 millones de votos. Algo que a simple vista supera los 42.9 millones de boletas que favorecieron a Rousseff. Sin embargo el camino es empinado para los opositores. La actual presidente tiene credenciales para ganar y es evidente que sus adversarios no pueden contar con todos los votos como una ratificación automática y con tendencia de línea recta. Parte importante de los votos de Silva se podrían inclinar por la opción oficialista.
En todo caso, existe hasta ahora cierta cohesión “victoriosa” entre las 9 agrupaciones que brindan respaldo a la actual presidenta. Como es sabido -en circunstancias tales como las que está viviendo Brasil en este octubre de elecciones generales- cuando un partido se va haciendo hegemónico en un escenario social, las pugnas se dan al interior de esa colectividad, en especial cuando se ha asegurado el poder. Cuando, más bien hay dispersión de partidos, en mayor libre competencia, sin una agrupación que claramente sea predominante, la lucha es entre los grupos, más que al interior de ellos.
Sea como fuere, el partido oficialista ha afianzado su control en el Congreso de Brasil. En la Cámara Baja, la coalición de Rousseff se ha garantizado 304 representantes, frente a los 139 que ha conseguido la alianza opositora. Si Neves logra derrotar a la candidata-presidenta el próximo 26 de octubre tendría asegurados únicamente 129 votos en el parlamento. Esto comprometería la gobernabilidad, es decir se podría encontrar dentro de una camisa de fuerza para desempeñar el gobierno.
Es cierto que Marina Silva terminó en un tercer lugar en la elección presidencial, pero fue, no por ello, el partido que más creció en el número de senadores. A partir del 2 de enero de 2015, el Partido Socialista de Brasil (PSB) tendrá siete representantes, frente a los tres que tiene hasta ahora. Se trataría, como parte de este crecimiento, de una demostración del efecto de rebote estadístico.
Es relativamente más fácil ascender en números relativos o de porcentaje en la medida que los niveles previos, de comparación, son menores. Un aumento de estos cuatro senadores representa un aumento de 133 por ciento respecto a los tres que se tenían. Sin embargo, los pesos en la Cámara Alta están asegurados para el oficialismo quien controla 53 de los 81 senadores.
Esto último también estaría poniendo de manifiesto que en el ámbito más local del territorio brasileño, los dirigentes que tienen más contacto con la población, poseen en general una mayor aceptación y que esa popularidad puede ser trasladada a la presidenta Rousseff en la segunda vuelta electoral.
En muchos países latinoamericanos, en particular en aquellos en los cuales los regímenes políticos se encuentran muy polarizados, o bien la corrupción se hace evidente con mayor intensidad, los votantes dividen los votos. La tendencia en ocasiones ha sido que los electores se inclinen por un partido para darles las llaves de poder ejecutivo, mientras favorecen a otro en el legislativo.
Con esto, se fortalecen los elementos de pesos y contra-pesos que requiere toda democracia, pero los mismos se llevan al extremo, a tal punto de dejar sin oxígeno a quienes van a hacerse cargo de dar resultados de gestión concretos, tangibles ante la población, de quienes manejaran los ministerios.
Este fenómeno tiende a verse en naciones en las cuales la renovación de partidos es muy alta, tal el caso de países centroamericanos como Guatemala. A las decepciones del manejo público en este país se unen los casos de debilidad estructural de las instituciones y los votantes tienden a perder con rapidez la esperanza de que sus votos puedan contribuir a mejoras sociales que se hacen urgentes.
Como nos lo recuerdan James Robinson y Daron Acemoglu, en su obra “Por qué Fracasan los Países” una nación continuará en el atraso en la medida que no tenga instituciones incluyentes; entidades que posibiliten que todos los sectores sociales se incorporen al esfuerzo en pro del desarrollo.
Mientras la oposición trata de afianzar votos como parte de una herencia que no se desea compartir, producto de la votación el pasado 5 de octubre, las fuerzas del continuismo se apoyan en los programas sociales para asegurarse otros cuatro años en el poder. De esos beneficios sobresalen las actividades de “bolsa familia” un programa de distribución de alimentos, que para inicios de 2014 daban cobertura a no menos de 17 millones de hogares.
(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario