Ahora que la Iglesia, la comunidad internacional y el gobierno están empeñados en iniciar un proceso de paz con el ELN, sería imperdonable que se repitieran los mismos errores. Significaría que no se aprendieron las lecciones de un proceso que dejó a muchos, amantes de la verdadera reconciliación, estigmatizados como “enemigos de la paz”, por una extraordinaria maniobra política y de relaciones públicas internacionales, que obtuvo su mayor aplauso individual con un nobel de paz.
No tendría presentación, tampoco para la guerrilla, que se entrara en otro proceso excluyente, entregando como botín las heridas abiertas de las víctimas directas, que han padecido altísimas dosis de ignominioso sufrimiento. Víctimas que no son datos estadísticos ni “instrumentos de negociación”, sino interlocutoras de primer nivel.
Veinte años dedicada a escuchar las historias de vida de víctimas, incluidos excombatientes de todos los grupos armados que han enlutado a Colombia, me permiten hoy atreverme a señalar el principal y más costoso error del “proceso de paz” con las Farc: La exhibición pública de la falta de arrepentimiento. Ese “quizás, quizás, quizás” de Santrich y la risa burlona de Márquez, fueron una clara expresión de cinismo que hirió a la opinión pública y presagiaba el engaño, de un sector del grupo.
El pueblo, al que tanto subestimaron quienes negociaron en su nombre, vio desde entonces las verdaderas intenciones con absoluta claridad. Intenciones que no vieron algunos de los gobiernos “amigos”, ni mucho menos los políticos camaleónicos que pujaban para que Santrich no fuera extraditado e intentaron, hasta último momento, cuando todas las evidencias en su contra eran claras, “protegerlo de las autoridades colombianas en una embajada”. Me resisto a creer que esos mismos políticos manejarán tras bambalinas esta nueva negociación. Se dejan ver signos claros de su impronta.
Y como se trata de no cometer los mismos errores y arrojar luz de esperanza sobre esta nueva oportunidad que se abre para buscar una reconciliación de verdad, propongo esta visión: Si la falta de arrepentimiento de las Farc fue la espada que hirió a gran parte de la población colombiana, la expresión del arrepentimiento por el daño causado a tantas dignidades heridas, es la clave para conseguir el acompañamiento del país entero.
¿Cómo sería? Al escuchar víctimas y reinsertados en los “Hospitales de Campo” aprendimos una gran lección y el método para ponerla en práctica. La conclusión de tres años ininterrumpidos de reunir, en el mismo escenario confidencial, a víctimas y ex victimarios de todos los grupos armados fue: El arrepentimiento no es un punto de partida, sino un punto de llegada. ¿Cómo así? Mediante el “apostolado de la oreja”, que implica una escucha desde el corazón, hasta el más frío de los interlocutores, tarde o temprano, se rompe y se abre al otro.
Son encuentros entre seres humanos desprovistos de armaduras, que van dejando tendidos el odio, la rabia, el miedo, el resentimiento, las justificaciones, las ideologías. ¿La clave? Las profundas raíces católicas del pueblo colombiano. Encuentros sin cámaras, sin protagonistas y sin oportunistas, sólo entre quienes causaron las heridas y quienes las recibieron directamente. Sin intermediarios y sin máscaras.