Nuestras costumbres políticas, califíquense como se quiera, y que no son otra cosa que manifestaciones de la conducta humana, conducen a observar que en los últimos días, digamos el último año del período presidencial, suelen ser muy particulares y bastante diferentes a lo que son cuando se inicia el período. Los primeros meses, salvo la oposición hirsuta que suelen tener los primeros mandatarios, suelen ser de luna de miel. Las medidas iniciales suelen recibirse con el mejor espíritu y aunque haya algunas discrepancias en particular en la nómina de colaboradores inmediatos, no deja de presentarse una tolerancia, pues quienes no resultan favorecidos o nombrados, saben perfectamente que el período está comenzando y que el camino es largo y en el transcurso del tiempo, buen consejero, las cosas se pueden cambiar y si sus aspiraciones tanto en materia de nombramientos como de políticas de estado pueden existir modificaciones, aunque en este último aspecto ya se deben haber conocido en el proceso de la campaña electoral.
Pero en el último tramo de un gobierno, particularmente cuando la reelección no es posible, pues quedó excluida en la última reforma constitucional, quien haya sido presidente, bien puede decirse que ya salió de parte y en la última etapa no tiene otra cosa que hacer sino gobernar con la gente que lo ha venido acompañando. Ya no tiene mucho que ofrecer a la clase política que siempre está al acecho para tomar ventaja de cualquier situación. Ahora lo que más llama su atención es el proceso electoral que permitirá cambios en los poderes ejecutivo y legislativo. Las medidas que en cualquier sentido tome el poder ejecutivo se medirá en términos que solo los políticos profesionales entienden y es escarmenar para examinar cómo los afecta o beneficia. No son muchas las bolas que le paran al presidente pues éste ya está de salida. Conduce entonces a que no le paren bolas, como se dice en el argot popular, o le falten al respeto y a la consideración que se merece. El siglo pasado cuando terminó su gobierno Lleras Camargo, se le dijo que las garantías que había ofrecido y garantizando a todos los participantes fue una alambrada de garantías en contra del partido liberal, esa fue una observación injusta. El presidente López en uno de sus últimos actos públicos fue objeto de una silbatina en Medellín como no se ha vuelto a oír.
La popularidad de Santos va en franco deterioro. La volatilidad de la opinión pública es así. El deterioro de las costumbres en las ramas del poder público es algo que lo debe tener muy preocupado. No parece que fuera algo que no se intuyera, lo que ha sucedido es que se hizo patente durante su período. La cúpula del poder judicial, miembros muy conocidos del legislativo así como funcionarios que se creían impolutos han resultado embadurnados hasta la coronilla. Mala cosa que todo eso se haya puesto ante la opinión pública durante su gobierno.