La desesperación
Hoy más que nunca necesitamos sosegarnos, abrir la mente a la experiencia del conocimiento, sintonizar con las diversas culturas, acoger esta diversidad, hacernos partícipes de otras vidas y hacer que la nuestra esté más llena de humanidad. El mundo nos ha globalizado. Pero esta globalización precisa de nuestra respuesta personal, de nuestro coraje que pasa por poner nuestra existencia al servicio de la ciudadanía. A veces parece como si la vida fuese un desencuentro permanente, un camino a la deriva que amenaza con la aniquilación de los seres humanos, una contienda de intereses, donde para provecho de unos, no importa la destrucción de otros. Los sembradores del terror se presentan invencibles, se han convertido en bestias feroces y, por ende, en sujetos peligrosísimos.
Cada día es más complicado encontrar sosiego para tener momentos de reflexión. Nos invade un cierto horror de acumulación de crímenes, de acopio de venganzas, consecuencia de que los derechos humanos son violados unas veces y olvidados otras. Sin duda, esta silenciosa desesperación nos impide sacar fuerzas para ahuyentar los muchos miedos que llevamos consigo. Indudablemente, la sociedad tiene que reaccionar y reforzar el combate hacia estos tipos inhumanos, especializados en causar el mal por donde caminan, sobre todo hacia grupos de minorías, que los etnólogos llaman etnocidio, al no tolerar la presencia del otro ante una cultura dominadora. Lo decía Nicolás Maquiavelo: “todos los Estados bien gobernados y todos los príncipes inteligentes han tenido cuidado de no reducir a la nobleza a la desesperación, ni al pueblo al descontento”.
A mi juicio, hay actualmente tres tentaciones mundializadas que deben ser impedidas con urgencia. La primera es la tentación de la manipulación y del adoctrinamiento. Las personas son manipuladas para poder ser dominadas. La segunda es la tentación de la incoherencia del poder y el abuso de los poderosos. Líderes del poder proponen bajar salarios, mientras ellos se los suben. El desigual reparto de bienes o el equitativo reparto de miseria nos discrimina como jamás. El hecho de que existan minorías privilegiadas lo que hace es recordarnos la inferioridad de unos para con otros. La tercera es la tentación del sometimiento, convirtiendo al ser humano en una mera mercancía de negocio. “El tanto tienes, tanto vales”; que dice el pueblo. En cualquier caso, la solución a todas estas maldades, que ciertamente nos repugnan aún más por su continuo incentivo, pasa por fabricar más escuelas que armas, por servir más y mejor con menos poder; y, por hablar menos de libertad, creer más en ella y trabajar por conseguirla.
*Escritor