VÍCTOR CORCOBA HERRERO* | El Nuevo Siglo
Viernes, 26 de Abril de 2013

Cultura de la desconsideración

 

Vivimos  en un momento de comportamientos que tienden al desprecio de todo. No sabemos apreciar el valor de las cosas. Nuestro actuar suele ser una permanente desconsideración hacia nuestras raíces y su propia naturaleza. Tenemos que remplazar conductas hasta con nuestra propia madre Tierra, por cierto el único planeta del que disponemos para vivir. Debemos cambiar esta cultura despreciativa y poner en valor otros cultivos menos altaneros y arrogantes, capaces de proteger y respetar el medio ambiente. Incomprensiblemente, no nos ha importado desatender nuestro hábitat. Produce inmenso dolor que nuestro propio orbe nos mande señales desesperantes y la especie humana apenas le preste atención. El cambio climático y el agotamiento de la capa de ozono son los testimonios más evidentes. La consecuencia es que todo se está volviendo estéril en un mundo putrefacto.

Ante esta preocupante realidad pienso que debemos de aprender a considerar a la persona en relación con los demás elementos naturales que le acompañan. El mundo, que comenzó en un preciso y precioso momento, que fue obtenido de la nada, ha de enraizarse al ser humano, y éste a la diversidad de formas de vida terrestres que nos sustentan unas a otras. De ahí, la importancia de aprender a dominarnos, para que el gran libro de la naturaleza nos siga deleitando y sorprendiendo. Considerar a la madre Tierra como algo muy importante, sin ella la vida se pierde y la propia especie humana pasa a engrosar los anales de la historia.

Evidentemente, la ley natural es, por sí misma, la única fortaleza válida contra la arbitrariedad de los poderosos y los engaños de la manipulación ideológica, tan de moda en estos momentos. En lugar de promover la cultura del endiosamiento de unos y de la simpleza de otros, deberíamos avivar el crecimiento de la conciencia moral sobre la madre Tierra. Por consiguiente, la primera preocupación y ocupación de la humanidad, sobre todo de aquellos que tienen responsabilidades de gobierno, debería consistir en promover la maduración de la conciencia ética. Sin este avance nada será verdadero. Continuaremos en el vacío, en el desaire, en los abusos y atropellos.

Pongamos fin a las bellas palabras. Vayamos, de una vez por todas, de las voces a las realidades. No se puede vivir en oposición con la naturaleza. El día que la armonía forme parte de nuestro proceder, que la conciliación y el acercamiento de unos y de otros sea algo verídico, será el inicio de un proceso realmente ecologista. Son, precisamente, estas interacciones de los seres vivos  con su hábitat, las que merecen en todo momento ser respetadas.

Volvamos el término madre Tierra, aparte de que sea una expresión que se utiliza comúnmente en muchas culturas para designar a nuestro planeta, es una palabra que lo dice todo, que está cargada de significados hondos. Esta relación maternal, con toda su vitalidad y fecundidad, debiera instarnos a la reflexión, a descubrirnos y aceptarnos como hermanos, como familia, como linaje único incorporado a la naturaleza. La desatención hacia el semejante y su entorno, tiene que agonizar. Reneguemos, pues, de cualquier cultura descortés con la humanidad y su medio ambiente, aportando renovada energía y entusiasmo para cualquier batalla de ideas y de visiones. Sólo cuando aceptemos esa unidad armónica resplandecerá la verdadera cultura ecológica. De lo contrario, seguiremos con la palabrería fácil y con la hecatombe más próxima.

corcoba@telefonica.net

*Escritor