Viernes, 17 de Junio de 2016
Atropellos a la ciudadanía
El mundo está crecido de atropellos a su propia ciudadanía. Cada día son más los que no respetan a nadie y esto dificulta enormemente la convivencia. Por otra parte, también hay más dominadores en posiciones privilegiadas que abusan de las personas. No importa la edad. El maltrato psicológico y la explotación financiera son solo algunos tipos de violencia que sufre el 10% del colectivo de la tercera edad en el mundo, según las estimaciones de la Organización Mundial de Salud (OMS). Lo mismo sucede con el maltrato infantil. Ahí está, igualmente, la situación de especial vulnerabilidad de las mujeres.
Desde luego, todos estos avasallamientos no surgen porque sí, son la consecuencia de vivir inmersos en un ambiente lleno de enfrentamientos por doquier esquina del planeta.
Personalmente, hace tiempo que vengo reivindicando en sucesivos artículos el retorno a la concordia ciudadana, al aliento del verso que todos respiramos, a la poesía que todos portamos en el alma como latido de nuestra propia existencia. Sin duda, hoy más que nunca, nos hace falta volver a lo armónico, frente a la violencia; a la cooperación, frente a la rivalidad; con el coraje suficiente, frente al miedo. No podemos permanecer pasivos ante el aluvión de injusticias que a diario inundan nuestros espacios humanos. Por desgracia, cuando la inmoralidad toma posiciones ventajosas, el ser humano se cierra en su oportuno egoísmo, el horizonte de belleza y bondad deja de cohabitarnos, y todo tiende a la deriva, a la inhumanidad. Y así llegamos al momento presente, en el que continuamos sembrando destrucción, dolor y muerte, como si fuese algo normal. Ya no parece importarnos el lenguaje de la explosión de vida, el asombro del humano ante al orbe; utilizamos el lenguaje del atropello y nos quedamos tan indiferentes, aunque en cada contienda, de las muchas que tenemos, hagamos renacer a Caín.
La humanidad tiene que despertar desde la colaboración de unos para con otros. Que cada ciudadano del mundo mire dentro de sí mismo, bucee en sus pulsos, tome sus pausas, pero súmese a la reconstrucción de lo armónico. Es hora de conciliar la reconciliación, de multiplicar la clemencia para que se acabe el sonido de las armas y reviva el orden que toda conciencia lleva impresa en su interior. Además, por razones de justicia los gobiernos han de tener especial cuidado por los ciudadanos más débiles, pues en demasiadas ocasiones no pueden defender sus propios derechos y asegurar sus legítimos intereses. Esto se acrecienta mucho más en los lugares en conflicto, donde la brutalidad es una práctica común y, por ende, la violación de los derechos humanos es algo contemporáneo, propagado desde cualquier horizonte.
En un mundo globalizado no podemos seguir hablando de adversarios o enemigos, es necio y absurdo hacerlo, puesto que todos al fin dependemos de todos, lo que ha de activarnos a servir a la auténtica adhesión y al bien colectivo.