Sí o No
Sin que haya pasado a mayores, la tensión producida por las elecciones norteamericanas puso en evidencia la complejidad del sistema político de ese país pero también sus virtudes profundas.
Podría pensarse que el recuento de votos sin identificar y el mecanismo de elección indirecta por colegiales -en detrimento de la mayoría- hacen obsoleto todo este aparato.
Pero si se toma en cuenta que se trata de un sistema federal en el que cada Estado reclama su propio factor diferencial, el andamiaje tiene encanto aunque el elegido termine con menos votos directos que su rival o puedan producirse empates -a dirimirse en Cámara y Senado- y tardanzas de más de un mes para saber quién presidirá la Unión.
Un modelo que se ve notablemente reforzado por el ejercicio del voto anticipado que puede emitirse varias semanas antes de la jornada final y que, muy pronto, tal vez, terminará siendo más copioso que el del “martes después del primer lunes de noviembre” cada cuatro años.
Sin embargo, estos vericuetos no son tan interesantes como los plebiscitos a los que cada Estado convoca en cada contienda por la Presidencia y que en esta ocasión fueron nada menos que 176.
Por ejemplo, los puertorriqueños -que no tienen derecho a elegir al Presidente pero tampoco pagan impuestos federales- decidieron (61 por ciento) que no quieren ser independientes, ni seguir siendo un “Estado libre asociado”, sino convertirse en el miembro número 51 de la Unión, una decisión que tardará en materializarse burocráticamente pero que tarde o temprano le agregará una estrella a la bandera.
Asimismo, Maine, Maryland y Washington votaron a favor del matrimonio homosexual, y este último, junto a Colorado, quiere que se pueda ingerir marihuana libremente aunque el asunto tenga que resolverse en los tribunales porque chocan las leyes particulares y las nacionales.
Por supuesto, no todo es permisividad y en muchos casos la decisión tiende a preservar intactos los pilares de la convivencia, como en Massachusetts, que le dijo no a la eutanasia, o California, donde tres delitos criminales significan ahora cadena perpetua, y se mantiene la pena de muerte.
En resumen, una democracia abierta con múltiples variables y tecnicismos que la hacen altamente compleja pero al mismo tiempo armoniosa y dinámica, propia de una sociedad tan polifacética como la de los Estados Unidos.
Democracia, al fin y al cabo, basada en el pluralismo, en la libertad de elegir y, -¿obviamente?- en la ausencia de todo tipo de proselitismo armado.