Con o sin asilo
Con la divulgación de mensajes diplomáticos secretos, Julian Assange se convirtió en objeto de culto para quienes lo ven como una especie de Robin Hood de la política en la era de la información.
De hecho, el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, irresistiblemente atraído por su espíritu trasgresor, irreverente y profético, se convirtió en uno de los más fieles admiradores del nuevo adalid del antiimperialismo y se puso incondicionalmente a su servicio.
Embadurnado por esa mezcla de nostalgia, romanticismo e insurgencia que tanto atrapa a quienes se sienten poseedores de un espíritu genéticamente libertario, insurgente y contestatario, Correa resolvió concederle asilo al solitario espadachín y hacer causa común contra los gobiernos del Reino Unido, Suecia y los Estados Unidos que, en su visión tropical de los acontecimientos, habrían montado una especie de complot para condenarlo a la silla eléctrica sin apelación alguna.
Y puesto que a todo miembro de la secta nada puede afectarle más que las afrentas contra el pastor iluminado que conoce el sendero de la verdad y lucha con denuedo contra el mal, Correa no sólo ha convertido a Assange en referente para manejar sus relaciones con la Casa Blanca sino en el símbolo de la lucha contra un Reino Unido que, por ejemplo, “mantiene ocupadas Las Malvinas”.
Así que vinculándolo al redil como conciencia espiritual y moral del régimen, Correa no sólo logra tender una gigantesca cortina de humo para ocultar su despotismo contra la propia prensa ecuatoriana sino que le ofrece al mundo entero un modelo y un proyecto alternativo: el de la Alianza Bolivariana y su Socialismo del Siglo XXI.
Nada importa que los tribunales británicos hayan decidido extraditar a Robin Hood para que responda ante la justicia sueca por presuntos delitos sexuales, ni la normativa europea que a ello obliga, ni las intenciones de Londres de impedir que este asunto se convierta en una repetición del caso Haya de La Torre.
En definitiva, el gobierno ecuatoriano apenas comienza su aventura diplomática y frente a los muchos dividendos publicitarios que quiere lograr, son también muchas las tensiones que le aguardan.
Empezando por el hecho de que los ingleses no concederán el salvoconducto para que Assange aborde el avión hacia la tierra prometida y estarán, en cambio, muy atentos a capturarlo ante el menor descuido, o por desgaste.
Porque así como Quito tiene todo el derecho a conceder el asilo, y el asilo es una figura indispensable en las relaciones internacionales que ningún Estado puede interpretar como conducta hostil, Gran Bretaña tiene sus propias obligaciones e intereses a los que, por supuesto, no piensa renunciar tan fácilmente.