PLANETARIO
400 años
CUANDO vuelves a las viejísimas universidades de Alcalá de Henares y de Salamanca, te quedas inmóvil contemplando las fachadas doradas, los vítores, las piedras, y evocas guerras, juicios y letras. Sobre todo, letras.
Dejándote sorprender una vez más por la Complutum de toda la vida, llegas a la alcalaína calle de la Imagen, número 4, y recorres cada rincón de la casa en que nació el mago de los textos españoles, el mismo que combatió en Lepanto, que pasó buenos tiempos en Italia dejándose sorprender por las artes y que, incluso, fue oficial de inteligencia estratégica de la Corona, en el Magreb, para enfrentar mejor la amenaza que se cernía contra la civilización cristiana.
Te vas luego a las orillas del Tormes y, paradójicamente, te lo imaginas caminando hacia su casa por la antigua calle 'del Moro', o desembocando luego en la Cátedra de Fray Luis de León, todo para seguir creyendo, a pie juntillas, que la firma grabada en la madera del pupitre es la del estudiante que, según Don Tomás González Hernández, catedrático de Retórica, tomó lecciones en el claustro por espacio de dos años.
De tal forma, cuando pisas los guijarros que cubren los solares de las casas de El Toboso, constatas que la locura y el amor son compañeros inseparables de la fiesta de las letras y te cuesta imaginar a un joven escritor de piezas teatrales dedicado, al mismo tiempo, a las tareas de comisario real de abastos, requisando aceite y cereales destinados a la Armada Invencible de Su Majestad, Felipe II.
Más adelante, ya en la Villa y Corte, llegas al Convento de las Trinitarias, donde se guardan sus restos, y te dejas arrullar por aquellos versos en la lápida, extraídos de los trabajos de Persiles y Sigismunda, reconociendo así que "el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir".
Ya para despedirte, pasas hasta el barrio de Malasaña y la calle de San Bernardo solo para corroborar que la Cisneriana no pudo tener mejor suerte que la de fundir en un solo templo del saber, la Complutense, al Estudio de San Isidro, el Real Museo de Ciencias y los colegios de Farmacia y de Cirugía, de San Fernando y de San Carlos.
Templo del saber que se erige, implícitamente, como homenaje perpetuo al relator de la Tragedia de Numancia, haciéndolo bajo ese incontestable lema de que la libertad, y solo "la libertad ilumina todas la cosas".