Vicente Torrijos R. | El Nuevo Siglo
Martes, 25 de Noviembre de 2014

Distopía

 

El retorno al mundo feliz de la negociación en La Habana no puede ocultar cuáles fueron las causas que dieron origen a la crisis del general Alzate porque tales causas permanecen intactas tanto en el plano superficial como en el plano más profundo. Dicho en otros términos, un proceso de negociación puede romperse por dos factores: coyunturales y estructurales.

Los coyunturales se refieren, por ejemplo, a aquellos que en el 92 y el 02 dieron al traste con las conversaciones y que ahora llevaron a la suspensión del diálogo en La Habana, valga decir, secuestros que no pudieron resolverse como se acaba de resolver el del General con la intervención de los países garantes. Los estructurales, en cambio, son de gran calado y tienen que ver con la médula misma del conflicto y la violencia: confesar la verdad, ir a la cárcel por crímenes atroces, declarar el enriquecimiento ilícito, devolver los bienes, disolverse, entregar físicamente las armas, someterse a una auténtica refrendación y renunciar a la violencia bajo minuciosa verificación.

Esto significa que con las Farc se tiene suficiente experiencia en el manejo de los primeros pero no de los segundos, o sea, que aunque ellas mismas han aprendido la lección y saben concentrarse en lo esencial, es decir, en los inmensos beneficios estratégicos que están obteniendo y piensan obtener en la mesa gracias a la complacencia y maleabilidad presidencial, nada hace pensar que hayan modificado sus instintos subversivos. Dicho brevemente, si el Jefe de Estado está dispuesto a ir "desescalando el conflicto" hasta llegar, de hecho (sin proclamarlo formalmente) al cese bilateral que tanto anhelan, ¿por qué ellas, las Farc, tendrían que haberse empeñado en el secuestro de Alzate si su liberación las muestra ahora ante el mundo como las grandes promotoras de la paz en Colombia?

En cualquier caso, lo verdaderamente importante es que los problemas de fondo siguen siendo exactamente los mismos por mucho que se les maquille y aderece.  

Por eso, en vez de transitar alegremente por las rutas (idealizadas) de la utopía de la paz, lo que hay que preguntarse es cómo puede asegurarse el país de no estar cayendo en distopía, aquella que John Stuart Mill identificó sabiamente en su momento como una sociedad hipotética (ficticia) absolutamente indeseable en sí misma: la sociedad de la "revolución por decreto y de la paz armada".