Papel regalo
Hace pocas semanas, cuando un grupo de soldados fue masacrado en el Cauca, los congresistas de la Unidad Nacional se levantaron emotivamente para pedirle al Jefe de Estado que les impusiera reglas del juego claras a las Farc. Incluso, algunos creyeron encontrar coincidencias balsámicas con la oposición y exclamaban que tendría que haber penas privativas de la libertad para los desalmados y áreas delimitadas para controlar su desmovilización y desarme.
En semejante desazón, el ministro de la Presidencia llegó a sostener que ya no había enemigos de la paz en Colombia, solo para ser desmentido poco después por un Ejecutivo que no se resiste a polarizar la democracia para favorecer a la contraparte, sin percibir que es así como agiliza la pulverización de su legado político.
Para decirlo aún más claramente, a las propias Farc les debe estar costando mucho asimilar tanta condescendencia y obsecuencia por parte del Estado y aún no logran adaptarse a su condición de árbitros de la acción gubernamental : si golpean fuertemente, el Gobierno es fulminado en las encuestas ; y si le prometen una pronta firma del Acuerdo, los del Palacio de Nariño recobran el aliento al suponer que con ello volverán a gozar de algún grado de confianza ciudadana.
En pocas palabras, las Farc eliminan impunemente a los soldados que le creyeron al Presidente cuando decía -como seguramente seguirá diciendo- que ellas han cumplido cabalmente con el cese unilateral del fuego y, ¿qué obtienen a cambio ? ¡suspensión de las fumigaciones!
Lejos de complacer a su contertulio (aunque solo fuese para darle un ligero respiro), el Secretariado se niega radicalmente a la tímida solicitud presidencial de que “pidieran perdón” por tales atrocidades y se ríen en la cara de los parlamentarios de la coalición oficialista que, guiados por un cierto “sentido común”, piden que se les fijen plazos concretos para cumplir compromisos concretos.
Y cuando el Gobierno rompe el sobre y se encuentra con un escandaloso 29 por ciento en las encuestas que lo obliga a recluirse en sus aposentos para evitar rechiflas, lejos de tomar distancia y demostrar firmeza ante el terror, lo que hace es promover festivos encuentros en La Habana para que Gabino y Timochenko afinen su planeamiento estratégico conjunto de cara al llamado ‘posconflicto’, mismo que el Gobierno no cesa en presentar como el paraíso perdido de la tierra prometida.