VICENTE TORRIJOS R. | El Nuevo Siglo
Martes, 17 de Diciembre de 2013

Postsubversión

 

Más  allá de la simpatía o antipatía que despierte el Procurador, lo cierto es que el fallo que destituye al Alcalde de Bogotá está plenamente ajustado a derecho. Eso significa que así como él ha destituido e inhabilitado a varios alcaldes del país, ahora encontró también suficientes razones para sancionar al de la capital por cuanto éste se habría puesto al margen de la ley al atentar contra la libre empresa y la competencia

Por otra parte, durante este año el Alcalde apeló a multitud de procedimientos jurídicos mediante los cuales logró paralizar la revocatoria popular de su mandato, así que no se entiende por qué le resulta tan difícil someterse ahora a la ley solo porque los resultados no le parecen tan alentadores. En otras palabras, todo ciudadano (sin importar cuán ilustre o deplorable haya sido su pasado) está obligado ante la ley, independientemente de que en unas ocasiones el resultado que obtenga en los procesos le parezca más o menos conveniente.

En consecuencia, lo más delicado de todo esto es que, victimista, el Alcalde se crea objeto de un golpe de Estado y, como ya lo había advertido hace algún tiempo, que se desate en Colombia un fenómeno violento similar al que dio origen al grupo armado M-19, una organización que perpetró reconocidos actos terroristas que permanecen en la más completa impunidad.

Pero también es sumamente desafiante que el Alcalde incite al Jefe de Estado a conformar una alianza para desconocer el fallo o que les sugiera a sus simpatizantes que reproduzcan la conducta de los “indignados” europeos, probablemente para ocupar la Plaza de Bolívar de manera indefinida o convertir, como en Kiev, al Palacio Liévano en vivac.

No en vano, el Personero de la ciudad ha manifestado su sincera preocupación por tal conducta, el Ejecutivo se ha distanciado claramente de semejantes desmanes y el ministro del Interior le ha pedido a la ONU, palabras más, palabras menos, que no se entremeta en los asuntos internos porque al exhibir sus simpatías podría fomentar la inestabilidad y el caos.

En resumen, la conducta del alcalde se basa en toda una panoplia “postsubersiva” destinada a conmocionar al Estado, promover el enfrentamiento e inducir ingobernabilidad. Modelo postsubversivo que, volviendo al punto original, solo puede esperar como respuesta el más puro, riguroso y ejemplar cumplimiento de la ley. Así de simple. Y con todo lo que eso implica.