¿Tres escenarios?
Aupado por algunos de sus áulicos que desde el 2010 le decían que entablara los diálogos con la guerrilla y ahora, impunemente, le piden que los rompa, el Jefe del Gobierno se enclaustró el otro día con sus congresistas en Palacio para que le aconsejaran qué hacer frente a las Farc. Y como era de esperarse, los coligados le han dicho lo que él quería que le dijeran, esto es, que siga adelante, que no se amilane, que la guerrilla está derrotada y que finalmente va a acogerse a los enormes beneficios que le han sido prometidos. De hecho, decirle que rompiera no hubiese tenido sentido a estas alturas cuando todos -incluido el propio Santos- han construido su perfil político de la campaña sobre la falacia de “la paz”, así que arrepentirse ahora -a pesar de la evidencia- generaría en el electorado una disonancia cognoscitiva que, palabras más, palabras menos, los dejaría en la inopia electoral.
Congelar la negociación tampoco les ha parecido procedente, pues, si el ánimo de no mezclar diálogo y campaña fuese sincero, el primero que tendría que haber dado ejemplo es el Presidente mismo declarando sin tapujos que -no sólo por el desastre en las encuestas- renuncia a buscar su reelección.
En consecuencia, la mayoría de los acólitos levantaron la mano a favor de continuar las tratativas en La Habana pero vendiendo el alma al diablo para que, una vez firmado el acuerdo y paralizadas las tropas con la tregua, a las Farc no se les ocurra "sobrepasarse en el uso del terror", lo que, en la lógica de la complicidad, significa que ellas podrán hacer proselitismo armado a favor del "sí" en el referendo, pero de bajo voltaje, o sea, sin obligar al Presidente a romper nada. Dicho de otro modo, al negarse a reconocer que para las Farc la negociación es apenas un método conducente a cogobernar a Colombia sin la menor intención de disolverse, los congresistas al servicio del Ejecutivo desconocen los más preciados intereses nacionales para tratar de salvar su curul escoltando a un Presidente que, rehén del espectáculo, no tiene más remedio que seguir a merced del terrorismo bolivariano. Terrorismo que, lejos de facilitarle la tarea, lo someterá cada vez más al yugo de la movilización social, el paro, los plantones, los mítines y los bloqueos arrastrándolo de nuevo a militarizar al país y a darle a la Fuerza Pública la (paradójica) orden de que cohíba, intimide y reprima. Que es, exactamente, lo que la subversión espera que suceda.