Síndrome ... de La Habana
El ‘Síndrome de Estocolmo’ está cumpliendo 40 años. El 23 de agosto de 1973, J.E Olsson asaltó el Kreditbanken y en los siete días que duró la toma él y sus cuatro cautivos (Lundblad, Oldgren, Safstrom y Ehnmark) desarrollaron un vínculo afectivo tan paradójico que el psiquiatra N. Bejerot resolvió ponerle nombre.
Hace poco, en el 2009, Ehnmark lo definió muy bien cuando sostuvo en Radio Suecia que "... entras en una especie de contexto en el que todos tus valores, la moral que tienes, cambia de forma".
Lo que, palabras más, palabras menos, es algo casi idéntico a lo que viene sucediéndole al presidente Santos con las Farc, sólo que a partir de esta experiencia sugiero que ya no se hable únicamente de Síndrome de Estocolmo (en sentido psiquiátrico) sino también de "Síndrome de La Habana" (en sentido político).
Para ser más explícitos, el Síndrome de La Habana se caracteriza por tres grandes rasgos:
Primero, tanto el grupo terrorista que logra el reconocimiento de interlocutor político válido como el Gobierno que cae atrapado por la ilusión de "paz" negocian y cooperan porque su objetivo no sólo es salir indemnes del proceso (es decir, con su identidad político-militar intacta) sino refundar el Estado, o sea, marcar en la historia una "nueva era" pero sin que la organización terrorista entregue las armas ni renuncie a la violencia.
Segundo, el Gobierno-rehén y la coalición política que lo sostiene (la Unidad Nacional) cumplen a pie juntillas con los deseos de sus captores porque, protegiéndose mutuamente, mejoran las posibilidades de ser reelegidos aún en medio de situaciones incontrolables generadas por la contraparte (atentados, paros armados, desplazamientos forzosos, crímenes atroces, secuestros por encargo, narcotráfico y alianzas tóxicas con gobiernos expansionistas).
Por último, los terroristas se presentan como benefactores ante el Gobierno cautivo para evitar una escalada militar de los hechos, o sea, se comprometen a firmar un acuerdo porque saben que les reportará de inmediato un cese el fuego, impunidad integral y el cogobierno del país para luego proceder a refundar el sistema político mediante una Constituyente con curules negociadas de antemano.
El Síndrome de Estocolmo cumple 40 años. El de La Habana está cumpliendo uno. Pero cumplirá muchos más. Si se lo permitimos a Santos-y-las-Farc.