PLANETARIO
¿Mediación del Vaticano? (I)
La diplomacia vaticana siempre se ha caracterizado por su dinamismo y flexibilidad. Basada en lo que técnicamente se denomina “gestión basada en la reputación” y la “utilización de múltiples carriles”, ella ha sido útil para resolver controversias de alta complejidad en el hemisferio, empezando por el propio Tratado de Tordesillas.
Con el nombramiento de Pietro Parolin, un verdadero especialista en relaciones internacionales como Secretario de Estado, Francisco ha querido darles a sus cuestiones exteriores un acento muy marcado por la participación activa en la resolución de conflictos, las emergencias sociales complejas y la reconstrucción de la convivencia democrática en sociedades desestructuradas.
Dicho de otro modo, la tendencia actual de la Santa Sede no se limita simplemente al mantenimiento adecuado de las relaciones con otros Estados sino que abarca un amplio espectro que va desde la protección de los católicos perseguidos en diferentes escenarios de radicalización, hasta la promoción del diálogo entre antagonistas internos evitando, cautelosamente, caer en el plano de la politización que tanto ha afectado anteriormente a la Iglesia.
De hecho, como Nuncio Apostólico en Caracas, Parolin pudo constatar directamente el clima de tensión y crispación que las revoluciones jóvenes suponen, sobre todo, cuando su consolidación se tramita mediante actitudes autoritarias y despóticas.
Asimismo, el Cardenal es consciente de que los ciudadanos que han vivido durante largos períodos bajo la dominación de dictaduras revolucionarias, como la de Cuba, requieren oxígeno y nuevos horizontes para construir la libertad mediante esquemas flexibles de intercambio aun con aquellos países que, como Estados Unidos, eran vistos como enemigos inmutables.
Para ponerlo en otros términos, el Vaticano ha comprendido muy bien que su diplomacia de reputación en las Américas tiene que ver directamente con la transformación activa de conflictos medulares sin tomar partido ni exacerbar los antagonismos tildando a unos sectores como “amigos” y a otros como “enemigos” de ciertos procesos políticos.
De hecho, esta diplomacia evita deliberadamente caer en la ingenuidad, la permisividad o el relativismo moral que contemporiza con cualquier conducta lesiva tan solo por lograr acuerdos (pragmatismo efectista), de tal manera que la presencia de Parolin en la Cumbre de las Américas tendría que leerse como una muestra de interés decisivo y no como simple acompañamiento complaciente.
Continuará…