Manómetro que estalla
“Ilusionismo y populismo afectan gobernabilidad”
Un manómetro es un instrumento que mide la presión de los fluidos contenidos en recipientes cerrados.
De hecho, el gobierno Santos es un recipiente cerrado en el que bulle todo tipo de corrientes encontradas y dispersas que improvisan a cada paso y pugnan por prevalecer o derivar beneficios coyunturales, siempre a despecho de la suerte que corra el Jefe del Estado.
Funcionalmente, el Presidente se esfuerza por coordinar semejante fanfarria pero su tarea cae en el vacío porque el proceso de negociación con terroristas le resta credibilidad, lo pone en entredicho cotidiano y lo desgasta progresivamente.
En otras palabras, el reformismo burgués del que Santos se siente exponente de primer orden, se ve empañado día a día por el forcejeo en La Habana, por la verdadera agenda de los insurgentes y por la falsa creencia de que un acuerdo con las Farc logrará sacarlo de la marisma.
Atrapado, pues, por el instintivo deseo de hacerse reelegir, Santos no acierta a comprender que, lejos de fortalecerlo, cualquier convenio con los delincuentes lo debilitará aún más, hasta llegar al punto en que el manómetro saltará por los aires cuando la ciudadanía se niegue a refrendar el texto.
Hasta hace unos meses, él pensaba que las esperanzas "de paz" de los colombianos (ilusionismo), el enroque de ministros en el gabinete (cosmetología) y las vueltas a Colombia repartiendo casas (populismo) eran suficientes para mantener intacta la gobernabilidad y recuperarse en las encuestas.
Pero ahora, con menos del 50 por ciento en los sondeos, con una imagen más negativa que positiva, con Álvaro Uribe intacto en el 65 por ciento para tomarse el Congreso, y con personajes que podrían derrotarlo en la urnas (como Naranjo o Angelino, y otros que irán floreciendo), Santos ve cómo se desmorona su proyecto político y, peor aún, que no puede salvarlo.
Que no puede salvarlo porque, en definitiva, la única manera de liberarse de la camisa de fuerza en que se ha metido es rompiendo sus negocios con las Farc o renunciando desde ya a ser reelegido para conversar en La Habana con las manos libres y sin conflicto de intereses.
Pero el egocentrismo, el mesianismo pacificador y la inercia política lo mantendrán maniatado. Tanto, como está dejando al país, sumido en la protesta, la frustración y el desconcierto.