Vicente Torrijos R. | El Nuevo Siglo
Martes, 3 de Mayo de 2016

PLANETARIO

America First”

 

COMO Donald Trump se acerca cada vez más a la presidencia de los EEUU, parece importante explorar su visión en materia de política exterior, cuestión a la que se refirió explícitamente el 27 de abril en aquel templo del realismo norteamericano, el Centro para el Interés Nacional, donde toman asiento los principales estudiosos en la materia, empezando por el exsecretario de Estado, Henry Kissinger.

Para no ir muy lejos, son tres los grandes principios que caracterizan la arquitectura de la política exterior de Trump, advirtiendo que con ellos se puede comprender cuál sería el enfoque en las relaciones con Latinoamérica y el Caribe.

 

Primero, Interés Nacional Decisivo, o sea, la idea de que la conveniencia y el beneficio del Estado será la medida de todas las cosas, lo que supone una seguridad nacional a toda prueba, con cálculos muy definidos para el uso de la fuerza y un marcado tono proteccionista en asuntos comerciales.

 

Segundo, Contribución Estratégica Horizontalizada, esto es, la exigencia a los aliados de aportes tanto económicos como en recursos humanos, de tal forma que se equilibren las cargas en el mantenimiento de órdenes regionales complejos, justo aquellos en los que la influencia de potencias medianas o emergentes les permitirá a los EEUU delegar más y desgastarse menos.

 

En otras palabras, los aliados que no estén dispuestos a contribuir con el mantenimiento de la estabilidad regional tendrán que valerse por sí mismos (autoayuda), marginándose de los principales regímenes de control de las amenazas múltiples.

 

Y tercero, Contención Discriminada, es decir, la definición clara de las amenazas compartidas para determinar con alta precisión los centros de gravedad del radicalismo en un amplio espectro que va desde las capacidades terroristas hasta las competencias narrativas e ideológicas de los transgresores violentos.

Por supuesto, esto implica escudriñar muy bien las dinámicas migratorias y la violencia cambiante a la que recurren los diversos actores no estatales, pero, sobre todo, reconocer que tareas tan delicadas solo se facilitan cuando los interlocutores son países genuinamente democráticos, o sea, que se muestran impermeables ante el extremismo.

 

En definitiva, una política exterior que podría definirse como Preponderancia Compartida, es decir, basada en el realismo equilibrador y la disuasión preventiva que son los principales garantes de la estabilidad y la prosperidad en un sistema internacional turbulento, plagado de trampas, engaños e hipocresía.