Lunes, 6 de Junio de 2016
Recibir a Maduro
El gran aliado y amigo del Gobierno colombiano está en aprietos. Su país está a oscuras (y no es una metáfora). Está hambriento, perseguido y hastiado.
Durante años, el populismo chavista compró conciencias y formó redes de defensa de la revolución basadas en el control de la conducta individual barrio por barrio, casa por casa.
Pero el asistencialismo, el paternalismo y el patrimonialismo nunca han sido suficientes para impedir la debacle del marxismo.
Menos aun cuando la represión se propaga, la intimidación campea y el despotismo se apodera del Estado.
Durante los últimos meses, tanto el Vaticano como el Gobierno colombiano cayeron en la tentación de la intermediación blanda y comprensiva que tan solo sirvió para que, aconsejado desde la Unasur, Maduro permaneciera impasible en el poder.
Dicho en otros términos, cuando, en casos como éste, los buenos oficios se ponen al servicio de la tiranía, el intermediario no solo resulta burlado y humillado sino desprestigiado y desgastado, a tal punto que en vez de ver cómo se reduce, constata, con sorpresa, que la inseguridad ciudadana se dispara.
Y si todo lo anterior es grave, el régimen también está logrando que se consolide el crimen semiestructurado, el de bandas, pandillas y grupos coordinados que disponen de armamento por doquier pues la propia revolución se encargó de esa tarea cuando militarizó a la sociedad, so pretexto de prepararse para la ‘inminente invasión imperialista’.
Con lo cual, no hace falta más que agregarle a la ecuación el crimen organizado (la corrupción y los tráficos de todo pelambre) para comprender que el chavismo ha convertido al país en un ‘Estado gángster’ que solo se verá contenido gracias a la presión permanente de las auténticas democracias del hemisferio.
Que es, precisamente, lo que se está generando en la OEA, a tal punto que a Maduro ya solo le quedan dos opciones: o libera a los presos políticos y acepta el referendo para iniciar una transición amortiguada, o lanza los tanques a las calles en una aventura que no contará con el respaldo de todos los militares.
En resumen, tarde o temprano, él tendrá que salir de Venezuela. Y nadie mejor que Santos para recibirlo en su seno. Para premiarlo. Para convertirlo en asesor del postconflicto. Para que sea el símbolo del histórico proceso refundador del Estado.