La renovación
El profeta Isaías en la Primera Lectura (Isaías 43, 16-21) nos anuncia el gran proyecto de Dios, que consiste en renovar todas las cosas. San Pablo en la Segunda Lectura (Filipenses 3, 7-14) nos dice que por medio de Cristo se realizará esa renovación, porque por medio de su muerte y resurrección tenemos la esperanza de alcanzar la meta del cielo. Finalmente, San Juan en el Evangelio (Juan 8, 1-11) nos muestra la escena de la mujer adúltera que fue perdonada, para enseñarnos que Cristo sabe perdonar cualquier infidelidad para con Dios, y por eso Él es la fuente inagotable de toda renovación.
Al llegar a la quinta semana de Cuaresma, las lecturas comienzan ambientándonos sobre la finalidad y el sentido de este tiempo. La profecía de Isaías nos hace pensar sobre los anhelos y las esperanzas de la renovación, del cambio, de la vida nueva que Dios está siempre dispuesto a respaldar en la medida en que cada uno sintamos de verdad los deseos y el interés por esa renovación, por ese cambio.
El análisis juicioso que debemos hacer permanentemente de la realidad que vivimos y de la forma como vivimos nuestro compromiso, nos debe llevar a tomar decisiones, a establecer prioridades en cada una de nuestras acciones. Así nos lo da a entender el pasaje del Evangelio de este día; no está bien actuar de esta o de aquella manera simplemente porque está mandado, es necesario examinar en cada acción qué es lo que más conviene a la comunidad y a cada uno en particular. Eso es humanizar la norma, poner por encima a la persona y después la norma o la ley, no al contrario, pues fácilmente llegamos al extremo de estos letrados y doctores que presentan a Jesús a una mujer que debía morir, por haber sido sorprendida en adulterio; y estaba mandado por la ley que debía morir apedreada.
Aquí, el asunto no es sólo de interpretación de la Escritura; la intención real de los acusadores es “tener algo de qué acusar al Maestro”.
Jesús toma la posición más difícil, pero también la más justa: no siempre lo que está mandado y lo que siempre se ha hecho es la medida más justa y adecuada para juzgar. En el momento de juzgar y tomar la decisión sobre la condena o el indulto, es necesario mirarse a sí mismo; confrontar la falta en cuestión con mis propias faltas y debilidades; pensar si mis faltas ameritan castigo o perdón y sopesar si la falta de la cual yo acuso, no será tal vez menor que mis faltas, que quizás oculto o me han sido ya perdonadas.
«Cuando en un mismo sujeto se encuentran a la par: ciencia, el espíritu de gobierno y el buen juicio, entonces, ¡Dios Mío! ¡Qué tesoro!» (SVdeP). Fuente: www.ssvp.es