En estos días se armó un gran alboroto. Y todo porque el ex presidente Uribe dijo la verdad sobre la situación actual de Colombia, durante un encuentro internacional en Grecia. Quién dijo miedo.
El Embajador Néstor Osorio salió indignado a los medios nacionales a criticar la postura de quien fuera mandatario de los colombianos. Lo hizo en las principales cadenas de nuestro país. Habló como un político en campaña, y pretendió dar clases sobre lo que deben hacer las personas que han sido depositarias de la confianza de los electores
El episodio, además de producir indignación y cierta hilaridad, para decir la verdad, llama bastante la atención.
Resulta que en este Gobierno, cuya diplomacia se ha dado a la tarea de dejar escritas páginas muy negativas para la historia, los deberes diplomáticos se cumplen hablando en la radio y la televisión local.
A pesar de que vivimos en un mundo globalizado, por lo cual ahora jamás se le habla solamente a la audiencia doméstica, la intención del curtido Embajador fue la de irse lanza en ristre contra el ex presidente y hoy senador Álvaro Uribe.
Pues se equivocó de cabo a rabo.
Su tarea es, como la de lo todos los agentes diplomáticos de Colombia, otra, y bien distinta. Pero, adicionalmente, tiene el deber de respetar a la oposición democrática. Quienes son contradictores legítimos de los gobiernos democráticos viajan al exterior, son invitados a los más diversos eventos, tienen voz en los foros que se organizan más allá de nuestras fronteras, y tienen la oportunidad de ser escuchados por las audiencias de los países en los que se celebran esos encuentros. Eso hace parte de la tradición.
No hay razón alguna para sorprenderse, ni existen motivos valederos que permitan convertir una crítica legítima y normal en argumento para trasladar al escenario interno lo que se diga por fuera.
Sin embargo se hizo. Eso habla mal del Gobierno y del acucioso embajador. La tarea de la diplomacia consiste en promover al país en el exterior, explicarlo, defender sus intereses y construir entendimientos que favorezcan el desarrollo nacional. Muy lejos está esa gran tarea de lo que presenció atónita la ciudadanía. Un representante diplomático en los micrófonos de la radio criticando a un ex presidente en términos que no se compadecen con tan alta investidura, da pena ajena.
Ahora bien, si tiene muchos deseos de hacer política bienvenido. El espacio que da la democracia es amplio y, como es apenas natural, nadie tendría derecho a poner en entredicho su propósito de hacerlo. Pero, mientras ostente el cargo que hoy ocupa tiene el deber de portarse a la altura de sus responsabilidades.
De otro lado, el ex presidente Uribe tiene razón. Las viejas fronteras que dividían lo nacional de lo internacional desaparecieron. Cualquier cosa que se diga en el lugar más apartado tiene la capacidad de convertirse en noticia de naturaleza global.
Lo que está sucediendo en Colombia puede ser conocido en cualquier rincón del planeta. Y está bien que un ex presidente exprese su opinión en un foro internacional. Muchos lo hacen sin padecer el escarnio al que un embajador equivocado ha querido someter a Álvaro Uribe.
El episodio que aquí se comenta será apenas anecdótico mañana. Carecerá de importancia por la carencia de razón. No obstante, es imposible dejar de comentarlo porque crea una oportunidad para reclamar a algunos embajadores que cumplan verdaderamente con los deberes que tienen. Eso es lo que tienen que hacer, en lugar de dedicarse a andar detrás de un ex jefe del Estado para contradecirlo sin razones con sustento en los hechos y las cifras oficiales.
Al fin de cuentas, Uribe tiene razón.