Según el gobierno venezolano el resultado de las elecciones para gobernadores celebrada el pasado domingo y que se planteó como un voto de confianza, fue muy favorable para el régimen: 17 gobernadores para el oficialismo y 5 para la oposición (Al momento de escribir esta nota una gobernación, Bolívar, no había sido adjudicada). Analistas políticos se preguntan si los opositores al régimen debieron participar en estos comicios o si debieron abstenerse. Como era de esperarse, no fueron unas elecciones imparciales y ahora la oposición clama al fraude. Muy tarde.
El régimen puso en funcionamiento sus artimañas, sin ninguna supervisión internacional y ya conocemos el resultado. La oposición, ingenuamente, creyó que, a pesar de los cambios de localización de los puestos de votación de última hora, sus partidarios eran tan numerosos que ahogarían los votos oficialistas. ¿No pensaron que muchos votos contrarios al régimen no serían escrutados? ¿Creyeron que el Consejo Nacional Electoral iba a ser imparcial? Las pocas gobernaciones que obtuvieron los opositores fueron simplemente una concesión a las apariencias y querer así demostrar que se trató de unos comicios imparciales en los cuales los opositores obtuvieron algunas victorias: ¡tan democráticas fueron las elecciones que el régimen perdió en cinco estados!
La oposición estaba enfrentada a un dilema: si no se presentaba a estas lecciones todas las gobernaciones serían para el régimen. Si concurría, podría darse un fraude masivo, con apariencias de legitimidad para el régimen. Malo si no se presentaban, malo si se presentaban. Ese es el problema con las dictaduras y no se debe tener dudas de que en Venezuela se tiene un régimen dictatorial que se quiere dar visos de democracia. Creer lo contrario es, a nuestro parecer y da dolor decirlo, candidez. El grupo de truhanes que controla al país tiene mucho que perder si entrega el poder e irá a cualquier extremo para conservarlo, como lo demostró cuando reprimió, a sangre y fuego, las manifestaciones populares de hace algunos días.
Como en el pasado, la protesta internacional no tiene ningún eco en Caracas. Los países del llamado Grupo de Lima (12 países latinoamericanos), la Unión Europea y los Estados Unidos, piden una auditoría independiente. Esto es quejarse en el desierto. El llamado al diálogo no sirve para algo distinto a que el gobierno gane tiempo. Sanciones personales de tipo financiero o restricción de viajes, tampoco tienen ningún efecto. Acordémonos que el modelo a seguir es el cubano que ha resistido 60 años todas estas presiones, sin que le tiemble la mano a los Castro para reprimir con mano dura cualquier oposición.
Vienen ahora, en noviembre, las elecciones para las alcaldías y el sainete se repetirá. Es triste decirlo pero el futuro de Venezuela luce sombrío.