SI el papa Francisco logra en su andar por Colombia desactivar barras bravas del odio, la división, la arrogante vanidad, la intolerancia, insolidaridad y el sálvese quien pueda, su rol de redentor habrá sembrado semilla en esta polarizada parte de la tierra.
Su fuerza espiritual de guía de un rebaño extraviado debería servirnos de fuerza interior para desarmar rencillas y aportar todos a la equidad y justicia social.
Su visita pastoral podría tocar corazones perdidos, reencontrarnos con el amor, el perdón y la reparación.
Su consigna es odio por amor.
Su santidad es un bálsamo para creyentes y un emprendedor de fe y esperanza para quienes poco o nada creen en lo espiritual.
Ateos, cristianos, católicos, creyentes y no, encuentran en Francisco a un buen tipo, a un papa de fiar y a una mejor persona.
Su característica es que cae bien a las mayorías.
Su fortaleza está en su capacidad de apaciguar ánimos, abrir caminos y tejer sueños.
Su encíclica, sus discursos, sus frases, escritos, memorias y máximas, riman siempre con un nuevo comienzo para una sociedad abatida por desconfianza e incertidumbre.
Es un peregrino del mundo de los pobres, un justo con los que tienen y actúan bien, un hueso duro de roer para quienes se esconden en la religión, pecan, maltratan, roban, engañan y burlan la sociedad.
Es el sacerdote de Roma para los fieles desamparados que lloran su abandono y exterminio.
Su voz y reflexiones atraen como imán espiritual a jóvenes y viejos ansiosos de sentir el abrazo de un mejor mañana.
Los colombianos somos un rebaño que hace años extravió su norte. Necesitamos la mano limpia del sacerdote de la amistad y la fraternidad.
Francisco es un guía moral y un promotor de la paz y el perdón.
Piensa que podemos vivir mejor o algo mejor si cambiamos violencia por cercanía.
Nos invita a la unión, a creer en nosotros, a tolerar, a no ser indiferentes y a compartir aún lo que no es preciado.
Su mensaje llama a desactivar armas de la confrontación familiar y a construir hogares con cimientos de respeto, amor y apego a lo legal.
Sus oraciones apuntan a una sociedad imperfecta, pero sana y buena.
No pregona Francisco que seamos las mejores personas del mundo, plantea que seamos buenas gentes, haciendo el bien a los demás, jugando limpio y renunciando a la hipocresía y falsedad.
Pide perdón a Dios por los pecados del prójimo, por agredir niños y niñas, por maltratar ancianos, por las raíces de refugiados y desplazados, por la humillación contra los pobres, por olvidar a los que nada tienen y por escondernos en la indiferencia.
El máximo jerarca de los católicos no se guarda criticas contra quienes le hacen trampa al vecino, hurtan el Estado, estafan y corrompen.
Señala a rezanderos que se refugian en el credo, pecan y empatan.
Estos días en Colombia, el papa Francisco exhortará al bien común, al reencuentro con lo perdido: al amor, la ética y la felicidad.
Colombia es una nación con el seño arrugado, con alegrías marchitas, con nostalgias represadas y miedos reprimidos.
Millones de ciudadanos no ven con ilusión su porvenir. Hay una red de corruptos, violentos, avaros e indolentes que actúan como hienas cerca del rebaño.
El cielo nos ayude, ¡Dios ilumine a Francisco!