Da la impresión que nadie sabe para donde vamos: estamos siendo víctimas de una pandemia, sin antecedentes en la historia de la humanidad; un desempleo que está llevando a Colombia a enfrentarse a un desastre inmanejable; un gobierno luchando contra innumerables frentes, sin rumbo, sin grandeza; la consabida corrupción de siempre, en todas partes; una desigualdad económica injusta y altamente peligrosa; una ceguera inexplicable de políticos y empresarios prósperos; un presupuesto de mendigos; el hemisferio occidental brillando por su egoísmo; un ejército, que se le salió de las manos de sus comandantes; campesinos que, ante el hambre y el abandono, siembran coca y otras cosas; una cultura que pasó de la verdad (la realidad) a un relativismo centrado en el placer, que no se sabe de dónde vienen ni a dónde va: alimentada por una ignorancia supina, imperdonable.
No se acepta que se hable de principios, valores, virtudes -de la fe- de las tradiciones aprendidas en la cuna; una educación que desconoce la dimensión espiritual de la persona, indispensable para la vida humana; un Estado Social de Derecho de papel, que debería llevar ser la razón de lo justo, la búsqueda del bien: la conciencia recta, indispensable en una sociedad que sea capaz de valorar, con su justa valoración el principio del bien común.
¿Quién entiende una guerra sin fin, de la que somos protagonistas pasivos? Así las cosas ¿quién puede entender que un alumno de la Universidad Sergio Arboleda: el presidente Duque -fundada y dirigida por unos de los pensadores más brillantes del momento, comprometidos con la patria y la Verdad: con el fin de formar líderes magnánimos- pueda estar perdido en un laberinto de politiquería y asuntos menores, perdiéndose en un bosque que no deja ver de dónde viene o para donde va, casándose con una guerra civil que viene desde los años treinta, del siglo pasado, imposible de ganarse por mil razones, gastando recursos que no se tienen? Colombia perdió su tradición cristiana, dándole la espalda a la paz, con razones políticas: mirando la paja que hay en los ojos de nuestros hermanos y no vemos la viga que tenemos en los nuestros. No entendemos ese: Bienaventurados los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Que se acabe el sonido de las armas, la guerra significa el fracaso de la paz, es siempre una derrota para la humanidad… Papa Francisco; nunca más los unos contra los otros, jamás, nunca más, nunca más la guerra, nunca más la guerra…: Pablo VI. Juan Pablo II se opuso a la guerra de Irak; Pablo VI en la ONU gritó: nunca más la guerra; los papas del Siglo XX insistieron, mil veces, que es un error, imperdonable. El nuevo Arzobispo de Bogotá, en la misa del domingo pasado, nos dice: Oremos… por la reconciliación entre, todos, los seres humanos de tal forma que podamos alcanzar una auténtica paz y caminemos al reino de Dios… frente a las guerras debemos reconocer la certeza que el corazón de la fe es la comunión con Cristo, el encuentro con Cristo. Presidente Duque, “salve usted la patria”: haga historia, haga la paz.