Doy gracias por los foros de la Universidad del Rosario, y la convocatoria y pluralismo de su rector, José Manuel Restrepo. Él logra que confluyan -sin que el auditorio colapse de intolerancia- personajes tan cavernarios como el ex procurador, y tan luminosos como el párroco de Bojayá. Tan irascibles e insoportables como José Obdulio, y tan ecuánimes y constructivos como el general Herrera Berbel. Tan sensatos y sólidos como Carlos Holmes, y tan... no sé...¿tan qué? como el senador Lizcano.
En esos foros la protagonista es Colombia. Allí, los egos se dejan en un locker a la entrada (ojalá hubiera una caja fuerte con clave irrecuperable); la diversidad de pensamiento es un requisito, y parecería que la nuestra fuera una sociedad civilizada: las diferencias no se plantean a tiros sino a palabras, y después de las confrontaciones hay un café y no un velorio.
Al cabo de cuatro horas de controversias, uno sale creyendo que la reconciliación es posible y germina una razonable ilusión que supera la costumbre y el escepticismo con los que ciertas voces -tantas veces- nos intoxican.
Con todo y los Ordóñez y los José Obdulios; con su discurso jurásico y su lenguaje en blanco-y-negro de buenos y malos, uno agradece que sea posible oírlos y combatirlos de manera no violenta.
Y sobre todo, agradece hasta el infinito, la posibilidad de presenciar testimonios de una sublime capacidad de reconciliación. Cuando tantos piden que a grandes ofensas grandes castigos, alguien ilumina la noche oscura, y saca de lo impensable el más aleccionante perdón.
Eso pasó el lunes, en "La paz es posible". Un hombre de poco más de 40 años, guayabera blanca, sombrero de fieltro y una mirada que parece un camino de ida y vuelta entre la memoria y la esperanza, llenó el auditorio con su voz y sus recuerdos.
El Padre Antún, párroco de Bojayá, testigo de un "silencioso etnocidio" y de la masacre cometida por las Farc -cerca de 80 feligreses muertos y más de 100 heridos- contó cómo después del ataque los guerrilleros habían llorado por el horror cometido, y cómo ellos y los paramilitares, lo ayudaron a socorrer a los sobrevivientes. Relató la muerte de su madre durante un hostigamiento de la insurgencia. Criticó la tibieza episcopal respecto al plebiscito, y dijo que en Bojayá el 96% de la gente votó Sí, porque es allá "donde sucede la guerra (...) y ya lo que pasó, pasó".
Sentí admiración, afecto y vergüenza frente el Padre Antún; con sus feligreses vivos y muertos, con sus duelos incompletos y los rituales que la guerra les arrebató.
Dice que desde el 3 de octubre "la zozobra volvió"; consecuencia lógica del ilógico resultado del 2. Muchos nos comprometemos con el Padre Antún, y haremos hasta lo imposible para que Bojayá y todos los pueblos de la guerra, recuperen confianza, paz y futuro. Llevamos siglos fallándoles, pero esto se acabó: es corta la distancia entre "el silencio de los inocentes" y el grito de los culpables. Padre Antún: todavía no sé cómo lo lograremos, pero nunca más los dejaremos solos.
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