Meditando sobre el por qué la elección de los candidatos a la vicepresidencia ha alcanzado la visibilidad y la importancia de casi una elección presidencial, comprendí lo aparentemente obvio: el vicepresidente nos podría gobernar. No solo en las faltas temporales o absolutas del Presidente, sino que podría reemplazar al Presidente "aún antes de su posesión". Resuena esta última frase, en un ambiente tan envenenado como el que vivimos. ¿Podemos siquiera imaginar el respeto, la lealtad y la confianza que debe existir entre un candidato y su fórmula vicepresidencial, cuando lo que está en juego es la subsistencia de la democracia en Colombia?
Prima en el discurso político la carga de crispación, agresividad, rabia, mentiras, infamias y propaganda sucia, que escala a pasos agigantados en la satanización del adversario. Algunas campañas no sólo producen confusión sino miedo, por la irresponsabilidad en el uso del lenguaje emocional que busca inflamar pasiones. Viven bordeando precipicios insondables. Provocan, de manera muy peligrosa, a los violentos en nombre de la “unidad”.
En este discurso esquizofrénico, de algunas campañas, en nombre de la "paz, la reconciliación, la pureza de las prácticas políticas y la unión", lanzan altísimas cargas de odios personales y resentimiento que buscan contagiar a los electores. Se pelean podios morales, para dictar cátedra de ética y buenas costumbres, aunque la mayoría de estos políticos, de los que tanto mutan para subsistir, no resistirían un escrutinio minucioso de todas las artimañas y corrupción que usaron para llegar y mantenerse en el poder. Pero eso sí, todos están lanzando la primera piedra. Difieren muy poco de la "Primera línea". Y, si no son agresivos, están tan enceguecidos por la vanidad, que no pueden ver lo que está en juego.
Por todo esto ha refrescado mucho la llegada de Rodrigo Lara Sánchez, como fórmula vicepresidencial de Federico Gutiérrez, candidato que no contesta insultos. Lara, encarna los valores de un buen ser humano que no carga odios en su equipaje. Un opita hecho a pulso, con el trabajo de su mamá: estudió medicina con préstamos del Icetex, salió adelante con sacrificios como millones de colombianos, hasta llegar a la alcaldía de Neiva.
A pesar de ser el hijo mayor, no reconocido por su padre -el exministro Rodrigo Lara Bonilla- quien fue asesinado por el narcotráfico, habla de él con una naturalidad y admiración de un hombre bueno que ha sanado sus heridas. Se siente orgulloso de su historia y de llevar hoy el apellido de su padre, al que sólo vio tres veces en la vida. Tiene la autoestima serena de un hombre que ha "limpiado su corazón" y que quiere llegar a la vicepresidencia para “defender la institucionalidad sin odio y sin resentimientos". Trascendió el estado de víctima. Es un sobreviviente, que conoce las necesidades más sentidas de las regiones y comprende el sufrimiento de las periferias.
Rodrigo Lara Sánchez es una bocanada de aire fresco en esta enrarecida campaña presidencial. Es creíble cuando habla de pluralismo, de inclusión y de unidad en torno a la Esperanza. Es lo que parece, un buen ser humano que genera credibilidad y confianza no sólo al candidato, sino al país.