Umbral de vida | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Junio de 2020

Nuestra cultura teme a la muerte, pues en realidad desconocemos qué hay tras de ella. Desde la fe en acción, sabemos que todo un camino de trascendencia nos espera.

Sí, lo desconocido nos puede inquietar o aterrar. Por fortuna, cada vez tenemos mayor evidencia sobre la existencia de Eso más grande que nosotros, de la vida tal como la conocemos: le llamamos Dios, Fuente, Energía; la concebimos como Padre, Madre o ambos.  Muchas personas, dentro de quienes me incluyo, no necesitamos pruebas de la existencia de Dios, pues es una vivencia cotidiana; para otras es muy importante acotar el misterio a través de hechos concretos que les demuestren aquello que no se ve, pero que puede sentirse. Cada quien se aproxima en forma diferente a la existencia ampliada y al sentido de trascendencia.

Personalmente creo que la vida, en sus tres dimensiones de largo, ancho y profundo -cuatro con el tiempo-, es una porción de un viaje mucho más poderoso: el eterno viaje de la consciencia, al cual estamos llamados para aprender, finalmente, que el amor incondicional es posible y que en realidad somos uno.  Creo que cuando desencarnamos nuestra existencia no termina, sino que proseguimos en un recorrido amoroso que nos conduce a la divinidad, a donde llegaremos con los aprendizajes vividos en este planeta, un prekínder en el que seguimos reflejando la imagen de Dios, pero en el que necesitamos recuperar la consciencia de la unidad con la Fuente, la semejanza. Somos hermanos, compañeros de camino. La muerte es el umbral de vida que nos permite seguir creciendo. Sí, nos duele la muerte de un ser amado, nos hace falta su presencia, sentimos un gran vacío. Son vivencias personales e intransferibles. Sólo nos puede consolar la confianza en que el amor es todo lo que existe.

Todo mi amor y solidaridad con los familiares y amigos de Hallen Octavio Valderrama Parra, un joven amoroso, sensible, brillante y conectado profundamente con su misión existencial, que se nos ha anticipado en la travesía por el umbral de la muerte. Abrazo a Amparo, Omar, Alejandra, mamá, papá y hermana de Hallen. Abrazo a Fulvia, Edgar, César, sus tíos, así como a sus primos -en realidad hermanos- a quienes conozco. Abrazo a sus demás tíos y primos a quienes no conozco. Abrazo a sus demás familiares y amigos. Confío en que la Luz, el Amor y la Consciencia les permitan seguir ganando comprensiones sobre el fallecimiento de Hallen y que el dolor inenarrable pueda ser, poco a poco y al ritmo propio, transmutado. Sé que todos nuestros seres queridos que han trascendido están abrazados por esa Luz, ese Amor y esa Consciencia, que son Dios mismo. Así sea.