Hace algunos años me llamó por teléfono una excompañera del colegio, dos días antes de morir. Se encontraba gravemente enferma. Me dijo: “Al fin comprendí que somos finitos”.
Eso es lo que nos ha pasado con la pandemia del coronavirus, Covid-19, nos recordó la única certeza con la que nacemos: que todos los seres humanos nos vamos a morir, aunque no necesariamente de coronavirus. También nos recordó que somos vulnerables. Estamos desnudos. No hay muro que nos proteja de la amenaza invisible e indiscriminada que nos asecha.
Fue un campanazo para despertar. ¿Nos atrincheramos en la visión apocalíptica? ¿O, mejor, nos damos la oportunidad de redescubrirnos como seres humanos con cuerpo y alma, con poder de tomar decisiones sanitarias y con un espíritu capaz de liberar la libertad, así estemos confinados entre cuatro paredes?
Lo primero es identificar las otras enfermedades que nos aquejan. La lista es casi interminable. Estamos impotentes, asustados, con miedo, tristes, perturbados, ansiosos, expectantes, agobiados, algunos sin esperanza, aprisionados, aislados, desesperados, derrotados, vacíos etc, etc...
¡Qué sanador es reconoceros frágiles! Sí. Sentirnos necesitados los unos de los otros, “desasidos” de todos lo que creíamos seguro, para poder repensarnos. Para silenciarnos. Para hacer nuestro propio descenso interior, a nuestras zonas de oscuridad y reconocernos en nuestra humanidad. Tiempo de silencio y de oración. Tiempo para escucharnos, para aceptarnos a nosotros mismos, a la familia y a los demás. Para recordarnos que en medio del dolor, si retornamos a nuestra esencia, es posible renacer. Volver a empezar.
La indigencia es terreno fértil para la fe. Para pedir la gracia de la confianza en Dios. Para descubrir las necesidades del otro y despertar a la misericordia.
Este mensaje, enviado a Colombia por el superior de los Carmelitas de la Provincia Ibérica Teresa de Jesús, padre Miguel Márquez, es una invitación para convertir la pandemia en una oportunidad de reencuentro espiritual entre los seres humanos, que nos transforme la forma de vivir.
“Invito a que el miedo pueda ser transformado en creatividad, en confianza, en capacidad para despertar en nosotros, lo que nos hace salir de nosotros. Lo que nos hace abrazar, no abrazar físicamente porque por estos días nos piden guardar la distancia adecuada, pero sí abrazar con el alma, abrazar con la mirada, con la escucha paciente, abrazar con la atención amorosa de la que hablaba San Juan de la Cruz, abrazar, acoger, sentir, tomarse tiempo, guardar silencio. Escuchar el latido de Dios, escuchar como Dios mira nuestra historia por debajo de nuestra miseria y en nuestra miseria. Quiero enviar este mensaje de confianza en medio de mi propio miedo, de mi propia incertidumbre.
En medio de esta situación que nos hace muy pequeños y nos hace hermanos también. Somos tan hermanos y no lo sabemos. Hay en nosotros tanta fuerza, tanta capacidad de conectar con los demás, en este mundo que nos iba convirtiendo en enemigos. Nos hacía sospechar a unos de los otros y sin embargo, un virus nos hace despertar y nos hace conscientes de que somos uno y que estamos a tiempo de encontrar el antídoto. La vacuna reside en el corazón de cada uno”.
En nuestras manos está la posibilidad de transformar la pandemia en una oportunidad para que emerja lo mejor de nosotros mismos, seres humanos con cuerpo y alma.