La revolución de los comuneros es un episodio que pasa desapercibido para muchos, no obstante, al examinarlo con criterio de filosofía histórica, su lección es trascendental. Fue la guerra entre España e Inglaterra la causa que determinó el aumento tributario y esa exacción injusta motivo la protesta de las oligarquías que apelaron a la insurgencia de los pueblos de Mogotes, Barichara, Charalá y Socorro, gentes humildes manipuladas, que siguieron el ejemplo de lo sucedido en Quito (1740). Su reacción terminó en guerra; el asesinato de Galán y otros; la desaparición forzada de Manuela Beltrán y el indulto de los capitalistas (Bermeo) patrocinadores del conflicto. El episodio se repitió en la “Patria boba”. ¡Que lo digan Nariño y Carbonell!!
El debate por el fracaso del plebiscito distrae la atención general, sumando este hecho al espectáculo del fútbol. Entre tanto la reforma tributaria se orienta a esquilmar a aún más a las clases proletarias (IVA) y proteger las clases privilegiadas con mayores exenciones injustas y arbitrarias.
Uno de los motivos que desconcentró a los electores al momento de decidir la suerte del plebiscito fue, precisamente, el pensar que el presupuesto nacional se comprometería en los gastos del posconflicto y esa necesidad era la causa de la reforma tributaria. En verdad ese criterio es respetable y, de alguna manera, acertado. Claro que hay que admitir que si cesa la guerra los gastos que esa circunstancia exige, reducirán y podría ser un alivio; lo propio es que se trasladara ese dinero para asumir la inversión social que demanda la paz.
Sin embargo, esa alternativa no se considera y el ánimo de Gobierno es poner en marcha esa política fiscal que desde años pasados insiste en ejecutar. ¿Por qué? Sencillamente porque ahora está el burócrata eterno alcabalero, señor Cárdenas Santamaría, arreglando los factores tributarios para defender a su clase. Por eso vendió Isagen e insiste en aumentar el gravamen a los artículos de primera necesidad; a las pensiones de los trabajadores que entregaron su capacidad laboral toda la vida al estado; a los empleados que ganan apenas para sobrevivir y al mismo tiempo rebajar las contribuciones a las empresas. ¡Esas son las advertencias que se han conocido y que las gentes parece no han comprendido o, sencillamente, nada dicen por temor a que los califiquen de subversivos!
Cuando se estudian los mecanismos de participación democrática, todos estos medios de defensa están vedados para el pueblo cuando se trata de impedir el asalto tributario, el asalto que dio origen a la revolución de los comuneros. ¿Qué recurso queda entonces? Seguir distraídos en los debates de la paz y en el fútbol, mientras la injusticia social, causa de la guerra y la sublevación no se desvanece y el Estado Social de Derecho, declarado en la Constitución, es solamente una promesa incumplida hace ya más de veinticinco años y la guerra un estado natural hace más de doscientos.