Pero no de las que matan alma y cuerpo. Sino una de Espíritu Santo para una sociedad enferma como la nuestra. Hoy, día de Pentecostés, fiesta de la venida del Espíritu divino sobre los apóstoles de Jesús, me parece que bien nos conviene darnos cuenta cómo estamos de vacíos respecto a esa presencia tan importante. Una radiografía de la mente y del alma colombianas deja a la vista una imagen muy triste. Todo es oscuro, todo es odio, todo es violencia, hay signos de un egoísmo llevado a sus niveles más altos. Dentro de nosotros parece haberse extinguido la más mínima huella de humanidad y sin duda de trascendentalidad. Nos hace falta una verdadera luz que llegue a la mente, al corazón, al cuerpo, a la vida de todos nosotros.
Cuando se piensa en los dones del Espíritu Santo, a saber, inteligencia, ciencia, fortaleza, consejo, temor de Dios, piedad y sabiduría, aparece como en una sola imagen el perfil de la persona justa e íntegra. La verdad es que viendo y oyendo el desorden y el caos nacionales, no solo de ahora, sino desde que el narcotráfico se instaló de lleno en Colombia y desde que los políticos accedieron al poder local por elección popular, el alma colombiana se hizo trizas. Y todo se derrumbó. Nos convirtieron como en fieras de la selva donde la única consigna es aprovechar, quitar lo del prójimo, amurallarnos para gozar solo de lo propio y desentendernos de la suerte del vecino. Las acciones violentas de estos días y las palabras que se oyen en sus líderes y manifestantes llevan aliento de fieras dispuestas a todo lo inhumano y cruel.
Como soluciones al caos reinante se oye hablar de dinero y más dinero, concesiones y más concesiones, asambleas cabildos y asonadas, amenazas y destrucción. Todo será en vano si los ciudadanos seguimos siendo los mismos, con idéntico contenido en el alma, la mente, la voluntad y el cuerpo. No se ve en el horizonte una especie de “sueño colombiano”. Estamos intoxicados por un “sueño americano” o por una pesadilla “bolivariana y socialista del siglo XXI”. No hay proyecto de país, de sociedad, de comunidad, de ciudadano ejemplar. ¡Qué pena ante el resto del universo!
Me encantaría saber que en las mesas de diálogo eternas e inútiles que ahora se realizan para frenar la locura colectiva, todos los participantes, comenzaran por reconocer todo el mal que han hecho y están haciendo, ahora y desde tiempo atrás. Que reconozcan que les falta luz en el alma, que les falta Espíritu Santo, que en el fondo no tienen la menor idea para dónde van y por eso cometen tantos errores que a todos afectan. Con toda seguridad la serie “Los iluminados” no se inspiró en la dirigencia colombiana.