Identificados puntos comunes, planteados cambios viables y presentadas alternativas a las diferencias de fondo, entre el Gobierno y quiénes lideraron el No al Acuerdo de Paz con las Farc, durante las intensas conversaciones de los últimos días, sería imperdonable volver atrás. Está en riesgo la subsistencia misma de la democracia colombiana.
El triunfo del No en el plebiscito es una oportunidad para repensarnos desde el punto de vista institucional y, sobre todo, ante la posibilidad de retornar al juego limpio, para dirimir diferencias en la manera de pensar. Devolver a la palabra su valor, sin enmascararla de propaganda se convierte en todo un desafío en el debate público, y aún más honrarla en los textos que servirán de norte a las nuevas generaciones.
Es claro que el “galimatías” verbal en la redacción, tal como salió de La Habana, se presta a múltiples interpretaciones, en un país llamado de “leguleyos”, y esta falla es, quizás, una de las más protuberantes pero también de las que tienen más fácil solución. La buena disposición de los negociadores oficiales para precisar el alcance que el Gobierno pretendió darle a las palabras y las múltiples interpretaciones que ellas generaron una vez consignadas en el papel, como en el caso del “enfoque de género”, tienen una salida rápida y viable: Menos es más. No se justificaría agregar indefinidamente aclaraciones sobre el nuevo significado atribuido a expresiones y frases. Un purista honrado del lenguaje podría podar centenares de palabras sobrantes que indujeron a la confusión. Así los negociadores no tienen que repetir “esa no era la interpretación del gobierno” y la oposición despejará la desconfianza según la cual “quien redacta, legisla”
Y que subsistan diferencias de fondo tampoco puede ser un obstáculo para insistir en la búsqueda de un nuevo acuerdo. Se presentaron alternativas serias, unas más inamovibles que otras. Y contrario al retrato caricaturesco que se ha hecho en los medios sobre la negación del ex presidente Álvaro Uribe para buscar una salida, su actitud fue muy constructiva. Pese a la presión que intentaron ejercer sobre él, entre otros, el Presidente Santos desde Londres. Se equivocan quienes creen que suman menospreciando políticamente al interlocutor.
En la mesa del llamado “cónclave” seguramente estuvo sentado el próximo Presidente de los colombianos. Y más que las palabras, hablaron las actitudes, los gestos, el espíritu que los acompañó en las conversaciones, la atención respetuosa, la manera como sorteaban las provocaciones, los aportes constructivos, los silencios oportunos, la palabra para suavizar un momento de tensión y la capacidad de mirar el todo, valorando el momento histórico. En ese escenario y con la mayoría de interlocutores presentes es posible y viable reconstruir la confianza y los lazos rotos.
Cada uno de los candidatos en potencia que estuvieron sentados a la mesa de diálogo entre el Sí y el No, y que interpretan a millones de colombianos, tiene un gran desafío: priorizar el bien común y pensar en la Colombia esperanzada en un desenlace que nos conduzca a la unidad o quedarse sentado en posiciones inamovibles. Dios quiera que no se desperdicie esta pausa democrática.